El primer ministro canadiense, Mark Carney, ha extendido una invitación a la presidenta Claudia Sheinbaum para que asista a la próxima Cumbre del G7 en Alberta, Canadá. Este encuentro representa una oportunidad significativa para fortalecer la relación entre México y Canadá, especialmente tras los desacuerdos anteriores con Justin Trudeau y otros líderes que plantearon dejar a México fuera de acuerdos comerciales clave. Asimismo, la cumbre ofrece un espacio propicio para interactuar con Donald Trump, pues el diálogo con él podría adoptar múltiples formas, desde un encuentro breve hasta una conversación más sustantiva.
Sin embargo, la probabilidad de un encuentro bilateral formal parece baja. Sheinbaum ha sido cautelosa y ha delegado muchas de las negociaciones diplomáticas en manos de sus secretarios, especialmente en el caso de Marcelo Ebrard, quien sigue desempeñando un papel crucial en las relaciones con Washington.
Uno de los objetivos más importantes que debería abordar Sheinbaum en la cumbre es el restablecimiento de los lazos con Canadá, en el contexto de la inminente renegociación del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Esta negociación se anticipa complicada, especialmente en aspectos relacionados con el sector automotriz, lo que hace vital que la presidenta defienda los intereses mexicanos en este ámbito. Sheinbaum ha reiterado la importancia de preservar el tratado y la cooperación norteamericana tanto ante empresarios como en foros públicos, lo que subraya su compromiso con la integración regional.
Aunque las cumbres internacionales no son obligatorias, la asistencia de un jefe de Estado a tales encuentros es útil, particularmente en tiempos de incertidumbre global. En el contexto actual, la visibilidad y representación de México en foros internacionales se vuelve aún más esencial debido a la creciente dinámica política y económica que enfrenta el país. La reciente visita de legisladores mexicanos a Washington resalta una respuesta reactiva a esta realidad, aunque fue insuficiente y tardía, lo que pone de manifiesto la falta de proactividad en la política exterior del oficialismo.
La política exterior no ha sido una prioridad clara de la Cuarta Transformación, pero ante el desmantelamiento de algunas instituciones y el enfriamiento económico, es imprescindible que la presidenta acepte la invitación al G7. Ser parte de esta cumbre no solo podría llevar a un beneficio estratégico para México, sino que también plantaría una bandera de participación activa en un escenario global del que no se debería apartar.
Así, asistir a un evento de tal magnitud podría resultar no solo conveniente sino vital, enviando el mensaje de que México se interesa en participar en las discusiones más relevantes que afectan tanto a su economía como a su política internacional. Quedarse al margen podría ser un error, y la oportunidad de sentarse a la mesa del G7 es una invitación que no debería desaprovecharse.
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