En el ámbito de las relaciones de pareja, un dilema recurrente es el equilibrio entre la honestidad y la sensibilidad emocional. La honestidad absoluta, aunque valiosa en ciertos contextos, puede generar un impacto negativo en la confianza y la seguridad de la relación. Esto plantea la crucial cuestión: ¿debemos callar nuestros pensamientos para no herir a nuestra pareja? La respuesta no es tan simple como parece.
Reemplazar la franqueza impulsiva por una comunicación consciente se convierte en una herramienta esencial. El valor de la discreción emerge como un acto de amor, donde el discernimiento juega un papel vital. La discreción no implica ocultar la verdad, sino tener la sabiduría de decidir qué compartir en un momento dado, priorizando el respeto al espacio emocional del otro.
Por ejemplo, consideremos el caso de Ana y Pablo. Tras dar a luz, Ana se siente vulnerada sobre su imagen corporal. Su búsqueda de apoyo emocional la lleva a preguntar a Pablo si cree que ha ganado peso. Sin pensar en el peso de su respuesta, Pablo, en su intento de ser “honesto”, menciona que ha subido algunos kilos. Aunque no mintió, su sinceridad provocó un daño emocional significativo, eclipsando el amor que sentía por ella. Aquí es donde la discreción y el autocontrol podrían haber transformado la comunicación. En lugar de enfocarse en el aspecto físico, Pablo podría haber reforzado su amor y deseo hacia Ana, elevando su autoestima en lugar de poner en duda su valía.
Harriet Lerner, renombrada psicóloga, indica que la forma en que comunicamos algo es tan crucial como el contenido mismo. Expresa que liberar nuestra versión de la verdad sin sopesar el efecto sobre el otro puede ser un acto de autoindulgencia que daña en lugar de fortalecer. Minorizar el impacto de nuestras palabras, optar por la comunicación estratégica, puede cimentar la conexión genuina que buscamos en la relación.
La idea de que la honestidad radical debe prevalecer en todas las interacciones es cuestionada: prioriza al “yo” en lugar del “nosotros”. Ser consciente del espacio sagrado de una relación implica reconocer que la vulnerabilidad mutua necesita protección, y las palabras deben ser elegidas con cuidado.
El arte de comunicar con amor requiere un esfuerzo consciente para desacelerar nuestras reacciones y evaluar si nuestras opiniones son verdaderamente constructivas. La práctica de estas habilidades no es fácil, pero la recompensa es significativa.
Finalmente, las relaciones que perduran no son aquellas donde todo se dice sin filtros, sino donde se elige con sabiduría y ternura qué comunicar para fortalecer el vínculo. En este contexto, el amor duradero se funde con la inteligencia emocional, guiando a las parejas en el camino hacia una conexión más profunda.
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