El acuerdo alcanzado ayer en el seno del grupo OPEP ampliado (que incluye a importantes actores como Rusia) para incrementar la producción de crudo es una noticia positiva, porque ofrece estabilidad a un mercado que atravesaba un ciclo turbulento, marcado primero por una brutal guerra de precios entre Rusia y Arabia Saudí y posteriormente por una fuerte escalada de precios.
Tras sufrir un descalabro por el colapso de la demanda con la explosión de la pandemia a principios de 2020, el precio del barril de referencia en Europa —Brent— no ha dejado de subir en el último año: después de alcanzar los 30 euros por barril el pasado verano, y superar los 50 a principios de año, en las últimas semanas se ha situado de forma persistente por encima de los 60 euros. Se trata de uno de los factores que ha contribuido a un incremento de la inflación que inquieta, entre otros, a la Unión Europea.
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El pacto prevé el incremento de la producción en unos 400.000 barriles diarios a partir de agosto —algo menor de lo esperado en lo inmediato—, con otros saltos del mismo tamaño en los meses sucesivos para situarse en un aumento de dos millones diarios añadidos a finales de año. El ritmo modesto de la expansión de la producción pactada indica que la OPEP ampliada está cómoda en el actual escenario de precios y no confía en una potente subida de la demanda por las dudas sobre la intensidad de la recuperación. No se trata, pues, de un viraje que permita vislumbrar una bajada sustancial de precios y un consistente efecto positivo sobre la inflación.
La inflación no es el único riesgo asociado al encarecimiento del petróleo. Como ya ocurriese en la anterior crisis financiera, cuando el precio del barril repuntó de forma acelerada desde principios de 2009 —mucho antes de que lo hiciese la economía mundial—, el alza de los precios energéticos puede actuar como un vector que haga más asimétrica la salida de la crisis.
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Entonces las economías europeas sufrieron una segunda recaída que en cambio evitaron otras regiones. Los indicadores económicos muestran ahora que la actividad industrial está recuperándose más rápidamente que los servicios, como el turismo, donde las medidas de distanciamiento social por la pandemia tienen una incidencia mucho mayor. Los países donde el sector servicios tiene más peso, y aquellos con una alta dependencia externa del crudo y otros combustibles, podrían registrar una recuperación económica más débil. Por desgracia, España se encuentra entre los países más expuestos en ambos frentes.





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