En un fascinante rincón de Japón, Yosuke Fukuda ha construido un pequeño imperio dedicado a la venta y restauración de coches clásicos estadounidenses. Con sus elegantes curvas y rejillas cromadas, estos vehículos evocan el estilo californiano, pero, irónicamente, en las carreteras japonesas, los coches nuevos de Estados Unidos brillan por su ausencia, algo que ha provocado el descontento de figuras políticas como Donald Trump.
La dinámica del mercado automotriz japonés presenta una curiosa contradicción. Toyota, un gigante japonés, se posiciona como el segundo fabricante con más ventas en Estados Unidos, con más de 2,3 millones de vehículos en el último año. En contraste, General Motors, el titán estadounidense, apenas logró vender 587 Chevrolets y 449 Cadillacs en Japón, mientras que Ford se retiró del mercado nipón hace casi una década, enfrentándose a un entorno complicado.
No obstante, esta escasa aceptación de los coches estadounidenses no se debe únicamente a una aversión nacional hacia las marcas foráneas. Los fabricantes alemanes, como Mercedes-Benz y BMW, han logrado colocar más de 50,000 vehículos cada uno en Japón en 2024, lo que sugiere que existen otros factores en juego.
Trump, en un tono de protesta, ha señalado que “ellos no compran nuestros coches, pero nosotros tenemos MILLONES de los suyos,” acusando a Japón de prácticas comerciales desiguales. Para contrarrestar esta situación y revitalizar la industria automotriz estadounidense, el expresidente impuso un arancel del 25% a los vehículos importados, un movimiento que impactó enormemente a las empresas japonesas que operan en este sector.
A pesar de la admiración que algunos japoneses sienten por los coches clásicos americanos, la preferencia por vehículos locales sigue siendo predominante. Fukuda, quien también conduce un SUV de General Motors, destaca las limitaciones de espacio que enfrentan los coches estadounidenses en las estrechas calles de Tokio, donde estos vehículos pueden resultar incómodos o incluso inadecuados.
Entre las voces del público, Yuka Fujimoto, directora de una agencia de modelos, comparte que nunca consideró comprar un coche estadounidense, pues los fabricantes nacionales ofrecen una amplia gama de modelos que se adaptan a las necesidades de las familias japonesas. Trump ha calado hondo en esta problemática, sugiriendo que hay una “estrategia deliberada de Tokio” para restringir el acceso de las marcas americanas, citando requisitos técnicos de seguridad que parecen complicar la entrada de estos vehículos al mercado.
En 2018, Trump se refirió a un imaginario test de seguridad que consistía en dejar caer una bola de bolos sobre un capó de coche, aludiendo a estándares estrictos que, según él, limitaban las oportunidades en Japón. Sin embargo, funcionarios del Ministerio de Transporte japonés han aclarado que no se llevan a cabo tales pruebas.
Ante este panorama complejo, se están comenzando a ver cambios. Por ejemplo, Nissan ha revaluado su estrategia de producción en Estados Unidos, y Honda trasladará la fabricación de su modelo híbrido Civic desde Japón a la tierra de las oportunidades. Sin embargo, los fabricantes estadounidenses siguen lidiando con una demanda débil en el mercado japonés.
Los testimonios de consumidores como Hisashi Uchida y expertos del sector corroboran que muchos prefieren los vehículos japoneses por su menor frecuencia de averías y su adaptabilidad a infraestructuras más compactas. En un mercado tan competitivo, parece que la industria automotriz estadounidense enfrenta el reto de construir una conexión más sólida con los consumidores japoneses, que aún ven a las marcas locales como su primera opción.
Así, el panorama de los coches estadounidenses en Japón continúa siendo una cuestión de cultura, preferencia y, no menos importante, de circunstancias económicas y políticas. La historia de estos dos gigantes automovilísticos, cada uno influyendo en el otro, se desarrolla en un marco donde las fronteras de mercado y la percepción del consumidor juegan un papel crucial.
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