En un futuro donde las misiones de búsqueda y rescate son cada vez más necesarias, la ingeniería ha encontrado inspiración en la naturaleza para enfrentar desafíos extremos. Investigación reciente de un grupo de científicos en el Instituto Politécnico de Worcester (WPI) sugiere que los robots, en lugar de humanos, podrían desempeñar un papel crucial en estos labores, especialmente en terrenos difíciles afectados por condiciones climáticas extremas, humo o polvo.
El profesor Nitin J. Sanket, junto a su equipo, ha diseñado pequeños drones voladores que son comparables en tamaño a la palma de una mano y que emulan el uso de ultrasonido al igual que los murciélagos. Un componente esencial de esta tecnología es un software impulsado por inteligencia artificial, capaz de filtrar el ruido de las señales de ultrasonido y detectar obstáculos en un radio de dos metros. En sus propias palabras, Sanket afirma: “Los rescates se realizan a pie, con muchas personas poniendo en riesgo su vida para salvar a otros. Pensamos que los drones podrían ser la respuesta, ya que cubren grandes áreas de manera rápida y eficiente”.
La fascinación de Sanket por los robots aéreos lo llevó a desarrollar un prototipo revolucionario. Durante su doctorado, se enfrentó al reto de construir el robot más pequeño posible, lo que impulsó su interés por la biología como modelo a seguir para la creación de máquinas innovadoras. “Tuvimos que repensar qué era un dron, volviendo a la biología, ya que los organismos vivos optimizan movimientos con recursos limitados”, explica el investigador.
Uno de sus prototipos incluyó una colmena robótica compuesta de pequeños drones diseñados para polinizar flores. Aunque se dio cuenta de que este concepto era ambicioso, dirigió su atención a aplicaciones más viables para robots inspirados en biología. Este enfoque lo llevó a su proyecto actual de robots de rescate.
Una de las dificultades más significativas en el desarrollo de estos drones fue integrar los sensores necesarios y las tecnologías de vuelo sin que el aparato resultara poco manejable, caro o que consumiera demasiada energía. La solución surgió con el uso de sensores de ultrasonido, similares a los que se utilizan en grifos automáticos, que requieren escasa potencia. Sin embargo, los propulsores generaban un ruido excesivo que sobrecargaba los sensores, impidiendo su funcionamiento eficiente.
Para superar este obstáculo, el equipo volvió a mirar las capacidades de los murciélagos. “Los murciélagos poseen tejidos especializados en sus narices, oídos y boca que ajustan su grosor y densidad para modular la forma en que escuchan y emiten sonidos”, comenta Sanket. Inspirándose en esta adaptación biológica, los investigadores diseñaron una estructura impresa en 3D que emula esta función, permitiendo que los robots alteren la forma del sonido que recolectan.
Con esto, los drones están en funcionamiento, y ahora el equipo se enfrenta al próximo gran reto: mejorar la velocidad de operación de estos ingenios. “A menudo, como seres humanos, tratamos de imitar lo que hace nuestro cerebro, y olvidamos lo extraordinarios que son otros animales, como los insectos y las aves, que logran hazañas de navegación impresionantes”, reflexiona Sanket.
La investigación continúa, prometiendo avances significativos en tecnologías que podrían cambiar el rostro de las operaciones de rescate en el futuro. Con la fecha de publicación original fijada en noviembre de 2025, el avance de este proyecto refleja un paso audaz hacia la innovación y el uso de la biología como punto de referencia para la ciencia moderna.
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