En 1967, la NASA inició una nueva era en la aviación con el lanzamiento del avión hipersónico North American X-15, un audaz prototipo que demostró la viabilidad de volar a velocidades al menos cinco veces superiores a la del sonido. Aunque originalmente concebido con fines militares, este innovador avance también abrió la puerta a posibles aplicaciones en vuelos comerciales. Desde entonces, potencias como Estados Unidos, China y Rusia han experimentado con tecnologías hipersónicas, convirtiéndose en protagonistas en esta carrera tecnológica. No obstante, Europa, a pesar de su tardía entrada en este escenario, ha intensificado su búsqueda por desarrollar aeronaves similares, culminando en la próxima llegada del Invictus, el primer avión hipersónico europeo.
El Invictus se distingue por su diseño de vuelo horizontal y reutilizable; a diferencia de un cohete, no se lanzará verticalmente ni será desechado tras su uso. La Agencia Espacial Europea (ESA) y la compañía Frazer-Nash estiman que la primera prueba de este revolucionario aparato tendrá lugar en 2031. Este avance promete aportar grandes beneficios tanto en el ámbito civil como militar, pero primero es fundamental llevar a cabo rigurosas pruebas para asegurar su funcionamiento.
Es crucial entender bien los términos al hablar de aviones hipersónicos. A menudo se confunden con los supersonicos; los aviones supersónicos son aquellos que superan ligeramente la velocidad del sonido, alcanzando velocidades entre Mach 1.2 y Mach 5. En contraste, los aviones hipersónicos superan la barrera de Mach 5, lo que significa que el Invictus estará en capacidad de volar a velocidades cinco veces mayores que la del sonido, o incluso más.
Mientras que la creación de aviones supersónicos ha sido relativamente más asequible con las tecnologías actuales, como lo demostró el famoso Concorde, la realización de aeronaves hipersónicas plantea desafíos técnicos significativos. La fricción a altas velocidades puede provocar un calentamiento extremo, ionizando el aire circundante y afectando el funcionamiento de los motores debido a temperaturas adversas.
Para abordar estos retos, la ESA ha desarrollado un innovador sistema de preenfriado alimentado por hidrógeno. Este mecanismo permite enfriar los gases que ingresan al motor en fracciones de segundo, facilitando la compresión del oxígeno necesario para una propulsión eficiente. Aunque se han realizado pruebas exitosas en motores a reacción convencionales, la complejidad del desafío hipersónico requiere más ensayos. Sin embargo, los resultados preliminares son esperanzadores, y todos los indicios apuntan a que el Invictus se convertirá en una realidad prometedora para 2031.
La capacidad del Invictus para despegar como un avión convencional y alcanzar la órbita como un cohete podría transformar el acceso al espacio y, con ello, abrir nuevos horizontes para la tecnología espacial europea. A medida que se desarrollan estos avances, la expectativa crece sobre un futuro donde una nueva era de vuelos hipersónicos esté al alcance de todos.
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