El Cónclave se erige como uno de los rituales más solemnemente venerados de la Iglesia Católica, un proceso crítico en el que los cardenales seleccionan al nuevo Sumo Pontífice. Esta vez, la elección surge de la inevitable despedida del papa Francisco, un suceso que ha capturado la atención de fieles y observadores de todo el mundo.
El proceso comienza oficialmente cuando la Sede Apostólica queda vacante, un acontecimiento que puede ser desencadenado por la muerte del Papa o por su renuncia voluntaria, dejando atrás la autoridad del anterior pontífice. A partir de este momento, todos los cardenales del mundo, incluidos aquellos mayores de 80 años (aunque no tienen derecho a voto), se congregan en Roma. Estas reuniones, conocidas como Congregaciones Generales de Cardenales, tienen propósitos claros: analizar el estado actual de la Iglesia, establecer fechas para el Cónclave, tomar decisiones logísticas y preparar el clima espiritual necesario para discernir.
El Cónclave se inicia formalmente con una misa conocida como “Pro eligendo Pontifice” en la Basílica de San Pedro. Los cardenales que tienen derecho a voto, es decir, los menores de 80 años, se dirigen en una procesión solemne hacia la Capilla Sixtina, entonando el himno “Veni, Creator Spiritus”. Una vez dentro del lugar sagrado, cada cardenal jura mantener el secreto total sobre lo que suceda durante el proceso, un compromiso fundamental para salvaguardar la integridad de la elección.
La frase “Extra omnes!” es el punto culminante en el que todos los presentes que no participarán en el Cónclave deben abandonar la capilla, que queda cerrada y sellada, asegurando un aislamiento total. Los cardenales se encuentran bajo vigilancia estricta y desconectados del mundo exterior, una situación que previene cualquier forma de comunicación externa.
El proceso de votación es meticuloso y puede extenderse desde varias horas hasta varios días. La preparación del escrutinio requiere que cada cardenal escriba el nombre de su candidato en una papeleta. En la primera jornada, normalmente se realiza una única votación; paras posteriores, pueden llevarse a cabo hasta cuatro votaciones diarias. Para que un candidato sea elegido, se necesita una mayoría de dos tercios. Si no se logra, las papeletas se incineran y producen humo negro; cuando la mayoría es alcanzada, el humo blanco se alza, proclamando “Habemus Papam”.
El momento culminante llega con la pregunta formulada por el cardenal decano al elegido: “¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?”. Si el cardenal acepta, se le solicita que elija su nombre pontificio. Posteriormente, el nuevo Papa se cambia a una vestimenta blanca en lo que se conoce como la “Sala de las Lágrimas”, marcando el inicio de su pontificado.
El anuncio oficial es realizado por el cardenal protodiácono desde el balcón de la Basílica de San Pedro con un resonante “Habemus Papam”, seguido del nombre de pila y del nuevo nombre papal. Este momento es significativo, ya que el nuevo pontífice se presenta a la multitud, ofreciendo su primera bendición: Urbi et Orbi, a la ciudad y al mundo.
Este proceso lleno de tradición, secreto y espiritualidad permanece como uno de los eventos más trascendentales en la historia reciente de la Iglesia Católica, capturando el interés de millones de personas, que esperan con ansias la llegada de un nuevo líder espiritual.
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