Por Juan Carlos Sánchez Magallán
El conflicto ruso-ucraniano es un drama que se desarrolla en múltiples niveles, con raíces profundas en la historia compartida de los dos países y en las tensiones geopolíticas que han existido entre ambas naciones durante siglos. Las tensiones territoriales, las diferencias culturales y lingüísticas, y la lucha por la esfera de influencia en la región son sólo algunos de los factores que contribuyen a este complejo panorama. La resolución de este conflicto requerirá el reconocimiento y la conciliación de estos diversos factores, un desafío que no es fácil de superar.
El origen del conflicto se remonta desde que Ucrania fue una parte integrante del Imperio Ruso. Desde el siglo XVII hasta el XX, Ucrania estuvo bajo control ruso y luego soviético, forjando así una intrincada relación de dependencia y resistencia.
La relación cambió con la caída de la Unión Soviética en 1991, momento en el que Ucrania declaró su independencia. A pesar de la independencia, las relaciones entre Rusia y Ucrania siguieron siendo tensas debido a desacuerdos sobre la orientación política y económica de Ucrania, la situación de la población de habla rusa en Ucrania y las disputas territoriales, especialmente en Crimea y Donbass, una región de mayoría rusa que fue transferida de la República Socialista Soviética Rusa a la República Socialista Soviética Ucraniana en 1954. A pesar de esta transferencia, Rusia mantuvo intereses estratégicos y culturales en la región.
El conflicto se agudizó en 2014, cuando, tras un referéndum, Rusia se anexó Crimea. Esto fue seguido por levantamientos en la región de Donbass, al este de Ucrania, donde las regiones de Donetsk y Luhansk declararon su independencia del gobierno ucraniano. Rusia fue acusada de apoyar a los separatistas en estos territorios, exacerbando las tensiones con Ucrania y la comunidad internacional.
Ucrania se acercó a Occidente buscando establecer alianzas sólidas con la Unión Europea y con la OTAN. Esto lo percibió Rusia como una amenaza directa a su seguridad territorial y a su dependencia energética con Europa, pues el gas ruso transita a través de Ucrania. Así surgió el conflicto bélico el 24 de febrero de 2022, Vladimir Putin ordena la invasión en la idea de que sería una guerra de corta duración. Los pronósticos fallaron al suponer que se daría una aceptación pasiva por parte de Ucrania frente a las hostilidades de su vecino más poderoso, pues Rusia es el segundo mayor exportador de armas del mundo. Sucedió que la Unión Europea (UE) y Estados Unidos se involucraron apoyando con miles de millones de euros y dólares a Ucrania, en armamento, capacitación y asesoría técnica. Esto marcó la diferencia. Pues Ucrania, al recibir armas de largo alcance (lanza cohetes, obuses, misiles, etcétera) y los miles de armas Nlaw, diseñadas para, con un solo tiro, destruir gran parte de los 3 mil 417 tanques rusos, frente a los 987 de Ucrania, por supuesto, con la ayuda de los tanques occidentales (Alemania y Estados Unidos).
La superioridad numérica de Rusia ha sido en todo: 900 mil soldados frente a 196 mil. 2 millones de la reserva contra 1 millón. Etcétera. Y, además, grupos paramilitares formalmente no reconocidos como el Grupo Wagner, una entidad privada de seguridad o, más comúnmente, una compañía militar privada (PMC), cuyos servicios han sido vinculados con las acciones militares y paramilitares de Rusia en varios conflictos, como el de Ucrania, Siria, Libia, Sudán y otros países africanos. Su función fue proporcionar fuerzas de combate suplementarias, entrenamiento y servicios de seguridad, a menudo en situaciones donde el gobierno ruso preferiría no tener una presencia militar oficial. Resulta que su líder Yevgeny Prigozhin puso en jaque al presidente Putin con la rebelión y levantamiento de sus seguidores, casi al grado de darle un “golpe de Estado” para arrebatarle el poder, del que desistió por la intervención del líder bielorruso Alexander Lukashenko. El dilema es… ¿debemos alegrarnos por la pérdida de poder de Putin o preocuparnos por el zarpazo que dará el oso ruso? ¿O, no?, estimado lector.
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