La noche del 26 de octubre, los relojes sufrirán un cambio significativo: se atrasarán una hora, permitiendo así ganar un preciado tiempo de sueño. A partir de ese momento, Alemania volverá a adoptar la conocida hora centroeuropea, comúnmente referida como hora estándar. Este ajuste, que en gran parte de los hogares se realiza de manera automática gracias a la digitalización y la tecnología de relojes controlados por radio, a menudo se lleva a cabo de forma manual en relojes públicos, los cuales generalmente no se actualizan hasta el día siguiente del cambio.
La práctica de alterar la hora tiene raíces que se remontan a la Primera Guerra Mundial, cuando se implementó por primera vez con la intención de ahorrar energía aprovechando al máximo la luz del día. En sus inicios, se pensó que la iluminación artificial destinada a la industria de defensa y la agricultura podría reducirse significativamente. A pesar de que en 1919 se abolió temporalmente esta norma, su retorno fue inevitable.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el horario de verano fue asignado nuevamente, y tras la contienda, llegó a adelantarse dos horas en comparación con el horario invernal. Desde 1996, la Unión Europea promueve un cambio uniforme de hora, que sucede a finales de marzo y finales de octubre. Sin embargo, el debate sobre la utilidad de esta práctica ha resurgido en múltiples ocasiones a lo largo de los años, especialmente tras la crisis del petróleo de 1973, cuando la preocupación por el consumo energético se volvió apremiante.
Curiosamente, cada seis meses se vuelve a plantear la pregunta sobre la necesidad de ajustar los relojes, y muchas personas utilizan mnemotecnias visuales relacionadas con la disposición de los muebles de jardín: en verano, se colocan externamente para disfrutar del sol, mientras que en otoño se regresan al interior, indicando que el reloj debe retrasarse.
A pesar de la premisa original de ahorro energético, investigaciones han comenzado a cuestionar esta eficacia. Se ha demostrado que la energía ahorrada en las largas jornadas veraniegas suele ser consumida de nuevo durante la estación fría. Además, el ajuste horario puede causar efectos adversos en la salud, como un mini-jetlag, llevando a muchos a experimentar estrés durante el periodo de adaptación.
En una encuesta realizada en 2018, la mayoría de los ciudadanos europeos expresó su deseo de eliminar el cambio de hora. De hecho, el Parlamento Europeo manifestó su respaldo a la eliminación del ajuste en 2021. Sin embargo, surgen complicaciones, ya que los Estados miembros no logran llegar a un consenso sobre una hora común, lo que plantea interrogantes sobre la necesidad de más husos horarios en el futuro.
Así, el próximo cambio de hora se avisora para finales de marzo. La transición a horario de verano en 2026 será particularmente notable, pues se anticipa que esa noche se experimentará una corta duración de sueño, cuando los relojes se adelanten una hora.
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