El pasado sábado, el Partido Acción Nacional (PAN) dio un paso audaz al presentar un nuevo logo, una narrativa renovada y un lema que evoca reminiscencias del pasado: “Patria, Familia y Libertad”. Jorge Romero, presidente del partido, enmarcó este relanzamiento como un esfuerzo por abrazar la apertura, reafirmar la democracia interna y buscar la reconciliación con sus militantes, anunciando el inicio de una “nueva era azul”. Sin embargo, surge la interrogante sobre si este movimiento es genuinamente necesario o simplemente un intento de reanimar una estructura que ha lucido moribunda durante más de una década.
Desde 2012, el PAN ha experimentado un declive significativo que va más allá de las derrotas electorales: ha perdido su esencia y su identidad. Los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón otorgaron poder, pero también dejaron huellas de desgaste. La conclusión de su mandato fue marcada por un fractura visible en el partido, acentuada por escándalos de corrupción asociados a ambos gobiernos. Casos como el de Genaro García Luna y los múltiples actos de nepotismo y tráfico de influencias que salpicaron a diversas administraciones panistas contribuyeron a la erosión de la imagen del partido, que una vez fue considerado “diferente”. En las elecciones de 2018, el voto útil se decantó hacia López Obrador, y en 2024, ni una alianza con el PRI y el PRD logró frenar el descalabro.
El relanzamiento del PAN, entonces, se presenta más como un intento de supervivencia que como una iniciativa de liderazgo. Romero se enfrenta a un panorama en el que la marca del partido se percibe agotada y la militancia fragmentada. Por ello, se ha comprometido a impulsar elecciones primarias y encuestas abiertas para la selección directa de candidatos, buscando demostrar que el PAN puede modernizarse sin perder su compromiso doctrinario. El nuevo lema, si bien busca unir conceptos de nacionalismo, tradición y liberalismo, remite a un pasado donde dichos términos fueron apropiados por regímenes de derecha en otros contextos, planteando la posibilidad de que este intento sea percibido como un anhelo conservador más que como una reforma genuina.
El PAN se encuentra en una encrucijada delicada. Con Claudia Sheinbaum disfrutando de un nivel de popularidad sin precedentes y una economía que, aunque modesta, se mantiene estable, el partido carece de una bandera clara. No logra representar un cambio verdadero, un rol que actualmente ocupa Morena. Así, su único camino viable se centra en proyectarse como una alternativa que promueva competencia y transparencia al nivel local, aspirando a recuperar su influencia en congresos, gubernaturas y municipios antes de 2030. De no hacer esto, su relanzamiento se convertirá en otro capítulo de su prolongada crisis de identidad.
Romero enfrenta la complejidad de un partido dividido en facciones conservadoras y liberales, además de las tensiones entre marca religiosa y pragmatismo urbano. Figuras como Ricardo Anaya ofrecen una voz doctrinaria pero cargan con la memoria de derrotas pasadas. Junto a él, Josefina Vázquez Mota y Margarita Zavala evocan campañas que dejaron cicatrices en la imagen del electorado. Mientras tanto, las corrientes locales se ven envueltas en pugnas por recursos y candidaturas para el 2027, a pesar de las promesas de unidad.
El relanzamiento del PAN es, sin duda, un movimiento necesario. No obstante, debe ir acompañado de una profunda reflexión sobre las razones detrás de su declive y los valores que puede ofrecer en un México diverso y menos dogmático. Si “Patria, Familia y Libertad” se entiende de la misma manera que hace medio siglo, el partido seguirá atrapado en un pasado del que intenta distanciarse. La supervivencia del PAN dependerá de su capacidad para transformar la nostalgia en propuestas concretas, los discursos en resultados reales y las disputas internas en una causa común que realmente resuene con la ciudadanía contemporánea.
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