En el parque urbano, a la izquierda de la avenida principal de Tokyo Bay, un dédalo de islas artificiales y torres de hormigón, acero y cristal, Mariana Pajón, paisa, arrasa, como desde hace nueve años en el circuito de BMX, las bicis mínimas, los saltos de motocross, rampas verticales, tan verticales como las calles verticales de las comunas de su Medellín, y crestas, y no deja de ganar ni siquiera en las series de cuartos.
Campeona en Londres y en Río, es la favorita unos Juegos más, como lo era Simone Biles para ganar en Tokio 2020 sus segundos Juegos en gimnasia, 500 metros más allá, a la izquierda de la avenida, unas horas más tarde del mismo 29 de julio, y Biles, en efecto está allí, inquieta, incapaz de quedarse quieta, saltando pero no volando, porque está en la grada del córner de las asimétricas, y aplaude como una loca al podio, en el que su compañera y amiga, Sunisa Lee, solo 18 años, ocupa el lugar más alto, y se pone firme, Lee, de Saint Paul, Minnesota, qué frío, y también Biles, de Columbus, Ohio, y se llevan la mano derecha al cuore tan grande mientras suena el Star spangled banner, el himno que saluda el quinto triunfo consecutivo en unos Juegos Olímpicos de una gimnasta norteamericana en el concurso completo.
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Y la que iba a ganar hasta que la cabeza le dijo que había en la vida algo más importante que las medallas, y que el mundo la admiraba por eso también, espectadora de sí misma, aplaude a la que ganó. En los últimos cinco Juegos, después del Sidney que coronó a la rumana Simona Amanar, todas las ganadoras han sido estadounidenses
Y a la derecha de Sunisa Lee, un escaloncito más abajo, sonríe radiante Rebeca Andrade, de Sao Paulo, Brasil, poder latino que hace sonar primero a Bach al órgano de iglesia evangélica, su religión, y luego el funk del Baile de favela de su amigo músico y paulista MC Joao, su vida, memoria de sus orígenes humildes, para su ejercicio de suelo, puro fuego y energía, tanta que se le va el pie fuera del tapiz de muelles en un par de diagonales en las que llega tan alto que quita las telarañas (que no hay, esto es Japón, higiene y limpieza al máximo) del techo de madera del pabellón.
Es el ejercicio más arriesgado (5,9 de dificultad). Ninguna de las que pelean por las medallas se atreve con tanto. Las cuatro décimas de penalización por las pisadas que se aventuran hasta el marco azul oscuro del suelo, el castigo al riesgo, le cuestan la victoria a Andrade, la primera latinoamericana que sube a un podio de gimnasia en unos Juegos Olímpicos, y no es campeona por poco más de una décima.

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