En México, la economía enfrenta tres grandes anclas que impiden un crecimiento sostenido. Más preocupante aún es que las políticas públicas recientes, en vez de aliviar esta carga, parecen haberla incrementado.
El primer obstáculo es la caída en la productividad factorial total. Este indicador, que debería ser motor del crecimiento económico, ha mostrado estancamiento y hasta decrecimiento en los últimos años. Entre 2019 y 2024, la productividad no solo se mantuvo sin cambios, sino que se prevé una caída de 0.35% en 2024, subrayando la necesidad urgente de reinvención en los procesos de producción. Algunas empresas han logrado modernizar sus técnicas, especialmente aquellas alineadas con el comercio exterior; sin embargo, coexisten muchas otras que utilizan tecnología obsoleta y que se encuentran en un estancamiento preocupante.
La dualidad del panorama económico mexicano se evidencia claramente: mientras las empresas que se han adaptado a nuevas tecnologías crecen, aquellas que no lo han hecho experimentan una desaceleración o un estancamiento total. Este contraste justifica las bajas tasas de crecimiento que hemos observado recientemente.
El segundo lastre es la creciente informalidad dentro del mercado laboral. En 2024, el 28.1% de la población ocupada se empleaba en el sector informal, que solo aportó el 14.5% del Producto Interno Bruto (PIB). Este sector, que suele operar en condiciones adversas y con tecnología insuficiente, adolece de escasa productividad. A pesar de sus contribuciones económicas aparentes, la informalidad no solo limita el crecimiento, sino que también aumenta debido a las elevadas barreras regulatorias que enfrentan las empresas para formalizarse.
Finalmente, el entorno legal ha experimentado cambios que han deteriorado el estado de derecho, un tercer elemento que actúa como un freno al crecimiento. La eliminación de contrapesos institucionales, junto con reformas que debilitan la independencia del Poder Judicial y favorecen prácticas discriminatorias hacia el sector privado, han creado un clima de incertidumbre que inhibe la inversión. Esto a su vez afecta la modernización tecnológica y la creación de empleo formal, con un repunte en la informalidad.
Con estas condiciones presentes, no es probable que los próximos años traigan un panorama económico mucho más favorable del que hemos visto en la última década. La realidad es desalentadora, y la tendencia hacia la informalidad y la falta de inversión en tecnología y capital humano sugiere que el camino hacia un crecimiento robusto y sostenible será largo y lleno de desafíos. Por lo tanto, el año 2026 podría no ser un año de avances significativos si no se abordan estos problemas fundamentales.
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