Todos pensábamos que el rayo más largo del mundo se había registrado en 2020, cuando un fenómeno del Sistema Convectivo de Mesoescala (MCS) en las Grandes Llanuras de América del Norte alcanzó una impresionante longitud de 768 kilómetros. Sin embargo, una reciente investigación ha revelado que, en 2017, se produjo un rayo aún más largo, que con sus 829 metros había pasado desapercibido hasta ahora.
Ambos eventos son ejemplos de lo que se conoce como megaflashes, rayos que, a diferencia de los convencionales que se dirigen del cielo hacia la tierra, se mueven entre nubes y pueden recorrer distancias colosales. En 2017, fue pionero el uso del satélite ambiental operativo geoestacionario GOES-17 para detectar este tipo de fenómenos; no obstante, este rayo en particular permaneció oculto, resurgiendo en un análisis retrospectivo de datos meteorológicos concentrado en la evolución de las tormentas eléctricas en la región durante los últimos años.
La razón detrás de estos megaflashes radica en el mecanismo de formación de los rayos. En altas altitudes, las gotas de agua en las nubes convierten en partículas de hielo y granizo que colisionan constantemente. Este proceso provoca una separación de cargas eléctricas, donde las cargas positivas se acumulan en la superficie del hielo y las negativas en el granizo. El resultado es una corriente eléctrica similar a la de una batería, que puede moverse de distintas maneras: desde un extremo a otro de una misma nube, del cielo a la tierra o entre distintas nubes. Los megaflashes, como el más reciente hallado, se desencadenan cuando esa energía eléctrica se mueve entre nubes ubicadas a numerosos kilómetros de distancia.
El rayo que ahora tiene el récord de longitud se formó en octubre de 2017, extendiéndose desde Texas hasta Missouri. Aunque los megaflashes son fenómenos espectaculares, presentan un alto grado de riesgo, ya que su naturaleza impredecible los hace aún más peligrosos. Por ejemplo, un rayo no excepcional puede causar devastadores efectos, como el caso de 21 víctimas en Zimbabwe en 1975, cuando un único rayo impactó en una choza. La amenaza de un megaflash que recorre más de 800 kilómetros es evidente y subraya la importancia de este hallazgo, declarado por la Organización Meteorológica Mundial.
El análisis de estos fenómenos pasados no solo contribuye a la literatura científica y meteorológica, sino que ofrece perspectivas esenciales para predecir comportamientos de tormentas eléctricas futuras. Con esta información, se pueden implementar medidas de prevención adecuadas que potencialmente salven vidas y minimicen daños en diversas comunidades.
En este contexto, sabemos que los megaflashes no son solo datos; representan un fenómeno natural que puede tener consecuencias significativas en entornos vulnerables. La comprensión de su dinámica es crucial para garantizar la seguridad y preparar a las comunidades ante la inminente llegada de tormentas eléctricas.
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