Desde que se comenzó a usar el término “generación” para describir las tecnologías móviles, la llegada de la quinta generación, 5G, ha sido augurada como una revolución en el ámbito de la conectividad. Promesas de velocidades asombrosas, baja latencia y la capacidad de conectar un sinfín de dispositivos al mismo tiempo inundan anuncios, discursos y estudios. Sin embargo, la realidad en países como México y el resto de América Latina presenta un panorama diferente.
Mientras naciones como China, Alemania y Corea del Sur han implementado soluciones avanzadas que capitalizan las capacidades del 5G, a menudo se ha insinuado que no avanzar rápidamente a esta nueva era tecnológica podría significar un retroceso significativo. Esta percepción hace alusión, de manera metafórica, a volver a una era de limitaciones tecnológicas, como la de los Picapiedra.
Sin embargo, la adopción del 5G enfrenta desafíos que transcienden la mera infraestructura. Uno de los obstáculos más significativos es el bajo poder adquisitivo de una amplia fracción de la población. La introducción de 5G no solo dependerá del acceso a redes o espectro, sino de la capacidad económica de los usuarios para acceder a dispositivos compatibles. Para muchos, el costo de un teléfono inteligente que soporte 5G podría igualar o incluso exceder su salario mensual.
Un análisis de la experiencia actual con 5G revelaría que, para muchos usuarios, las ventajas sobre la tecnología LTE no son evidentes. Las preguntas surgen: ¿qué aplicaciones nuevas son exclusivas de 5G que no puedan funcionar en 4G? En este sentido, no existen aplicaciones de uso masivo que justifiquen una migración generalizada hacia esta nueva tecnología en América Latina, a diferencia de lo que ocurrió con las generaciones anteriores como 3G y 4G.
Esta realidad se traduce en una adopción lenta de dispositivos móviles 5G. La infraestructura necesaria para soportar esta tecnología requerirá inversiones monetarias significativas, lo que lleva a muchos proveedores de servicios a ser reacios a expandir la cobertura, especialmente en zonas rurales que aún carecen de conectividad básica. Invertir en 5G en áreas donde no se ha consolidado previamente la tecnología 4G sería, de hecho, poco eficiente.
A pesar de esto, hay que reconocer que 5G tiene el potencial de catalizar el desarrollo económico y social en América Latina. Propuestas como aplicaciones de telemedicina, educación a distancia y agricultura inteligente podrían beneficiar a comunidades marginadas. Proyectos pilotos en Colombia y Perú demuestran cómo el uso de realidad aumentada para capacitación técnica podría convertirse en una realidad en zonas urbanas y periurbanas. Sin embargo, estos desarrollos requieren infraestructuras y tecnologías que antes deben ser instaladas y que, en muchos casos, suponen un gran costo.
El uso de drones en la agricultura, que se ha implementado en Brasil y Argentina, es otro ejemplo de aplicación inmediata. No obstante, su costo limita la disponibilidad a grandes productores, excluyendo a la mayoría de los agricultores en América Latina, quienes enfrentan realidades económicas precarias.
Tratar de resaltar 5G como una solución para el mercado masivo se enfrenta a una dura realidad: las grandes promesas como generador de transformación digital aún no se han concretado. Es evidente que existe un vacío en el conocimiento acerca de qué soluciones podrían verdaderamente impactar los sectores productivos cuando sean adoptadas por las empresas de mayor envergadura.
Para lograr avances significativos, sería beneficioso que la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT) evaluara cómo las tecnologías digitales pueden elevar la eficiencia de diversos sectores económicos. Este estudio debería extenderse a todas las áreas gubernamentales, con el propósito de optimizar procesos, fomentar la transparencia y mejorar la productividad.
La próxima vez que se discuta sobre el potencial de 5G, sería prudente cuestionar sobre las soluciones concretas que ya están en marcha en México y la región, y si estas podrían también implementarse con 4G.
Si bien es indiscutible que es necesario promover la llegada de nuevas tecnologías, es imperativo adoptar un enfoque realista, que contemple las limitaciones económicas y estructurales del país. Solo a través de políticas inclusivas, tarifas accesibles, subsidios para dispositivos y el desarrollo de una infraestructura compartida se podrá atajar la brecha digital, asegurando que los beneficios de 5G sean accesibles para una mayor parte de la población.
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