En la ciudad japonesa de Hiroshima, el G-7 acaba de alumbrar un consenso de inspiración europea. Después de varios días de negociaciones, los líderes de las siete economías más desarrolladas del mundo han presentado una declaración conjunta en la que se comprometen a trabajar por un futuro más verde, más igualitario y más sano. Un texto que, para muchos expertos, marca un antes y un después en la historia de estas cumbres internacionales.
El acuerdo fue posible gracias a una intensa labor diplomática liderada por el gobierno de Francia, que ha asumido la presidencia rotatoria del grupo. Desde el primer momento, el presidente francés Emmanuel Macron se mostró decidido a cambiar el rumbo de estas reuniones, consideradas por algunos como un mero ejercicio de relaciones públicas. Para ello, logró sumar al bloque europeo y promovió una agenda ambiciosa que incluye la lucha contra el cambio climático, la defensa de los derechos humanos y la promoción de la innovación.
Pero no todo son buenas noticias. Para empezar, el G-7 sigue siendo un club exclusivo de países ricos, lo que limita su capacidad para abordar los desafíos globales de manera efectiva. Además, aunque el texto presentado en Hiroshima es encomiable, su cumplimiento dependerá en gran medida de la voluntad política de los firmantes. En una época en que la retórica populista y el aislacionismo están ganando terreno, no está claro cuánto tiempo durará este espíritu de colaboración.
En cualquier caso, es difícil negar que la declaración de Hiroshima es un paso importante en la dirección correcta. En un mundo cada vez más interconectado, es vital que las principales potencias económicas trabajen juntas para afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo. El G-7 tiene ahora la responsabilidad de hacer realidad el compromiso adquirido en Japón y de demostrar que, juntos, pueden construir un futuro mejor para todos.
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