El pasado 18 de junio, durante la celebración del Festival de Cine de Tribeca, las redes sociales se llenaron de imágenes de Brendan Fraser (Indiana, 52 años). El actor estadounidense había acudido al festival para presentar su nueva película No Sudden Move, un thriller ambientado en los años cincuenta, dirigido por Steven Soderbergh, que protagoniza junto a Benicio del Toro, Jon Hamm y Don Cheadle.
Los comentarios más repetidos en las redes, que por otro lado, siempre han demostrado un gran afecto por el intérprete, se centraban en su aspecto físico. “¿Qué le ha pasado a Brendan Fraser?” era la pregunta que se repetía en cientos de tuits y publicaciones. En las imágenes, el actor, al que todo el mundo recuerda por sus papeles de sex symbol noventero en comedias de éxito George de la jungla o dramas como Dioses y monstruos (donde demostró, además, que era un gran actor), se dejaba ver con un evidente sobrepeso y una postura extrañamente rígida.
Brendan Fraser, el chico de moda
Hubo un tiempo, entre los últimos años noventa y los primeros 2000, en el que era habitual ver la cara de Fraser en los pósteres colocados a la entrada de los multicines y las paradas de autobús de medio mundo. Sus comedias juveniles y cintas de aventuras (como la saga La momia) recaudaban cientos de millones de dólares. Pero menos conocido es que su carrera, que había empezado unos años antes, estuvo a punto de tomar una dirección completamente diferente. Fraser, que se sintió interesado por la actuación en su adolescencia al asistir a una representación en el West End londinense durante unas vacaciones, se graduó en Teatro en la Cornish College of the Arts de Seattle en 1990. Al año siguiente, se suponía que estudiaría un Máster en Bellas Artes, con la especialidad de actuación, en la Southern Methodist University de Dallas, Texas, pero de camino a su destino, realizó una pequeña parada en Los Ángeles que lo cambió todo.
Fraser decidió probar suerte en las audiciones. Fue seleccionado para interpretar a ‘Marinero 1’ en El amor es un juego cruel, una película protagonizada por River Phoenix y Lili Taylor. Se trataba de un papel sin diálogo en el que su único cometido era recibir una paliza. “Nos dieron el uniforme a mí y a unos cuantos más y teníamos que participar en una pelea con unos marines”, recordó en una entrevista concedida a la edición estadounidense de GQ en 2018. “Me gané el carnet del sindicato de actores y 50 pavos por hacer una escena de especialista, ya que me lanzaron contra una máquina de pinball. Creo que me fracturé una costilla, pero yo pensaba: ‘¡Estoy bien! Dejadme hacerlo otra vez. Si queréis, la rompo en pedazos. ¿Queréis que lo haga otra vez?”.
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Además de la rotura de un hueso, ese pequeño papel, gracias también a su juventud, su belleza y una extraña mirada entre limpia, sexi y despistada, le trajeron otro rol algo más relevante en la película El hombre de California, una comedia juvenil, ahora considerada de culto, en la que interpretaba a un hombre prehistórico que resucita en el Los Ángeles de los noventa, lleno de fiestas de piscina y líos de instituto, tras pasar miles de años congelado en un bloque de hielo.
Ese papel le abrió las puertas de Hollywood, aunque principalmente para las comedias juveniles. En aquellos años apareció en películas como Cabezas huecas, Con honores o George de la jungla, aunque también hizo incursiones en filmes algo más serios como Colegio privado, junto a unos todavía desconocidos Matt Damon y Ben Affleck; o Dioses y monstruos, película en la que compartió pantalla con Ian McKellen y que consiguió un Oscar al mejor guion adaptado. Pero incluso en estos papeles más serios, su atractivo físico jugaba un importante papel en la trama. “Me veo a mí mismo entonces y pienso en un trozo de carne andante”, se lamentó el actor.
El incidente en Beverly Hills
Todo ocurrió en el Hotel Beverly Hills, después de un almuerzo organizado por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA), que cada año organiza la entrega de los Globos de Oro. Tras la comida, Fraser estaba saliendo del hotel cuando se cruzó con Philip Berk, el presidente de dicha asociación que, delante de un gran grupo de personas, le estrechó la mano y aprovechó para darle un pellizco en el trasero.
“Su mano izquierda se extiende, me agarra la nalga y uno de sus dedos me toca en el perineo. Y empieza a moverlo”, explicó Fraser. “Me puse enfermo. Me sentí como un niño con un nudo en la garganta. Creía que me iba a poner a llorar. Fue como si alguien me hubiese tirado pintura invisible encima”. El actor se fue a su casa apresuradamente, aterrorizado, y allí se lo contó a su mujer, pero decidió no presentar cargos contra Berk temiendo que la denuncia le hiciese revivir la terrible experiencia.