Pasaron casi cuatro meses para que nuestro México Mágico se pusiera en sintonía con el mundo y llegara una tercera oleada de Covid-19.
Se suponía que llegaría a finales de abril, quizá mediados de mayo. Luego de Semana Santa y en concordancia con lo que en aquellos días estaba sucediendo en países europeos, asiáticos y americanos. Donde se reimpusieron cierres de negocios, distanciamiento social y cancelación de eventos masivos.
¿Qué hicimos en México con ese tiempo de gracia que se nos dio?
Apostamos porque la campaña nacional de vacunación de alguna manera nos evitara la monserga de una tercera oleada. De ahí en fuera básicamente nada extraordinario.
Poco a poco hemos ido abriendo plazas comerciales al 100%. Restaurantes operan bajo techo y los eventos sociales y políticos han ido tomando su curso como pasó con el Día del padre. Las giras presidenciales y las vacaciones de verano.
La particularidad de estas condiciones le dan a entender a quien escribe que hemos llegado a una nueva etapa. En nuestra relación como sociedad con el virus en la que, colectivamente, ya nos hemos acostumbrado a su presencia y estamos dispuestos a pagar las consecuencias.
Algo así como un matrimonio infeliz que se tolera “por el bien de los muchachos”, nada más que por “muchachos” entendamos la economía nacional y en general el estado mental de las personas que ya están hartas de vivir a medias.
En la Organización Editorial Mexicana se le ha ido dando seguimiento puntual al rebrote especialmente en destinos turísticos donde las medidas sanitarias se han relajado al tiempo que se da la bienvenida a turistas nacionales e internacionales que buscan una probada de normalidad.
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Los casos nuevos en Acapulco, Veracruz, Mazatlán, Puerto Vallarta, Playa del Carmen y Cancún han crecido en promedio 300% durante el último mes. Y en todos ellos los datos más recientes de contagios son los más elevados de toda la pandemia. Ni siquiera en enero pasado hubieron más enfermos. Y aún así ni una sola alerta gubernamental se ha establecido hoy para evitar acudir a estas ciudades.
Claramente le hemos perdido el miedo colectivo al virus como lo entendimos durante marzo y abril del 2020, cuando no sabíamos bien cómo se contagiaba, qué tan letal era entre la población sana y hasta culpa daba salir de la casa para ir por el garrafón.
Hoy estamos ya en otro estadio. A quien escribe le acaba de llegar una invitación para una innecesaria primera comunión con 150 invitados. La excusa para tal aglomeración por parte de la devota madre que no se quiere ahorrar el mole masivo es que “acá ya todos estamos vacunados”.
México alcanzó su pico de vacunación durante la primera semana de junio cuando repartió 4 millones y medio de vacunas y a la fecha no ha podido superar esa marca, quedándose desde aquel entonces en el vecindario de los 3 millones de vacunas aplicadas sin que el abasto sea una variable a considerar.
Así como ha sucedido en otras naciones como Israel, Reino Unido o Estados Unidos, la vacunación en México está entrando en una fase de desaceleración en la medida que las personas más ansiosas por recibir una dosis ya fueron atendidas y ahora resta vacunar a los más jóvenes y desinteresados.
No es de sorprender entonces que esos jóvenes sin vacunar vacacionando en el Caribe sean hoy quienes mantienen viva a la pandemia.
Entonces, si las personas le han perdido el respeto al Covid, queda la interrogante de cómo van a reaccionar gobiernos sobretodo locales. Pues la administración federal no va a salir hoy a cortar la lenta recuperación económica que se va percibiendo.
Así como las cepas de Covid-19 evolucionan y mutan, así lo han hecho las dinámicas sociales de esta pandemia. Como sea, la presencia del virus y nuestra desdichada relación con él aún van para largo.