Esta narrativa, junto con la curaduría de imágenes, es obra del destacado diseñador boliviano Juan Carlos Pereira Paz. En el rico contexto del arte colonial andino, uno de los capítulos más significativos es el sincretismo religioso, donde la devoción hacia la Madre Tierra, conocida como Pachamama, se entrelaza con la figura de la Virgen María. Este fenómeno se evidencia en las obras barrocas y manieristas de la época, que transformaron a la madre de Jesús en la encarnación misma de la Pachamama: abundante, protectora y sagrada.
De esta fusión cultural brota una serie de representaciones, entre las cuales destacan las cuatro imágenes de la Virgen del Cerro. Esta obra se vuelve emblemática dentro del barroco mestizo, manifestando al Cerro Rico de Potosí como el cuerpo de la Virgen y revelando tanto la riqueza minera como la dimensión espiritual de la Madre Tierra. La reconocida historiadora Teresa Gisbert en su obra “Iconografía y mitos indígenas en el arte” (2018), argumenta que “el culto idolátrico preexistente del Cerro de Potosí obligó a cristianizar el mito, dando origen a la aparición de María sobre el Monte de Plata, lo que facilitó la identificación visual de ambos.”
Este profundo respeto por la Madre Tierra, arraigado en la historia boliviana, manifiesta una conexión viva y directa con la naturaleza. Tal enlace se transforma en una expresión de excelencia, donde tanto la Pachamama como el ser humano honran los frutos obtenidos en un entorno de armonía. Cada fibra natural que se teje a mano, cada producto cuidadosamente seleccionado y cada piedra preciosa engarzada, ya sea en los Andes, los valles, el Chaco o la vasta Amazonía, narra una historia milenaria y atemporal, dialogando con la memoria de generaciones y el futuro de un país que redefine su sofisticación desde sus raíces.
Textiles que preservan memoria e impulsan la innovación en Bolivia
En las orillas del lago Titicaca, la Virgen de Copacabana representa el sincretismo más profundo del mundo andino: la Pachamama transformada en Madre de Dios. Esta imagen, esculpida en 1583 por Francisco Tito Yupanqui, descendiente de los incas, fusiona la devoción indígena con la tradición católica en un gesto artístico y espiritual sin igual. Desde su creación, la patrona de Bolivia ha recibido donaciones de mantos de vicuña y trajes bordados en oro y plata, emergiendo como un símbolo de identidad y fe que aúna lo ancestral y lo colonial en un mismo cuerpo sagrado.
El respeto hacia la Madre Tierra da vida a fibras vegetales y animales en Bolivia, convirtiéndolas en lenguajes vivos. La vicuña hilada a mano, proveniente del altiplano, se considera un tesoro atemporal, y hasta la fecha, una manta de vicuña es digna de un Potosí. El hilado de alpaca negra, que históricamente fue exclusivo para la realeza inca, continúa siendo altamente valorado. Asimismo, las polleras o mantas de bayeta, confeccionadas en la tierra de oveja y teñidas con pigmentos naturales, constituyen parte vital de la herencia textil en las comunidades más remotas del altiplano.
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