En el despliegue de humildad y contrición mostrado este martes por Boris Johnson en la Cámara de los Comunes, al pedir una y otra vez perdón a la ciudadanía por las fiestas de Downing Street en pleno confinamiento, apenas se disimulaba una táctica defensiva para mostrar arrepentimiento y protegerse a la vez las espaldas: “Pido profusamente perdón por mi error”, repetía Johnson. “Error”. Esa era la clave. No su mentira, ni su incumplimiento de las normas. Se trataba de transmitir a ciudadanos y diputados la idea de que nunca pensó que su conducta estaba quebrantando las leyes y restricciones de la pandemia que su propio Gobierno había impuesto a toda la población.
La petición de dimisión por parte del Partido Laborista, de los nacionalistas escoceses o de los liberales demócratas, pero sobre todo la decisión de someter a votación si el primer ministro mintió o no deliberadamente al Parlamento, coloca en serios aprietos a los diputados conservadores y a su partido. La última encuesta publicada por YouGov deja claro que tres de cada cuatro británicos no tiene ninguna duda de que Johnson mintió desde un principio en el asunto de las fiestas. Y el próximo 5 de mayo, cuando se celebren elecciones municipales en toda Inglaterra, el castigo al Gobierno puede ser descomunal, según anticipan los sondeos.
Un nuevo parlamentario conservador, Mark Harper, que goza del prestigio y respeto de sus colegas, ha sido el último en arremeter contra Johnson: “Lamento decir que tenemos un primer ministro que quebrantó las leyes que había exigido cumplir al resto del país. No ha sido honesto sobre este asunto, y ahora va a pedir a los hombres y mujeres decentes que se sientan en esta bancada que defiendan lo que creo que es indefensible”, ha dicho Harper desde su escaño a su jefe de filas. “Lamento decirlo, pero ya no creo que esté a la altura del puesto que ocupa”.
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Johnson estaba convencido hasta ahora de que su loable actuación durante la crisis de Ucrania, aplaudida por la oposición laborista, la ciudadanía británica, la comunidad internacional y el pueblo ucranio, permitiría poder pasar página del asunto de las fiestas prohibidas en Downing Street. El anuncio de la multa, a la que podrían seguir nuevas sanciones, ha reabierto las heridas. Nuevas revelaciones sugieren que el primer ministro fue el primero en animar al personal presente, durante los largos días de confinamiento y trabajo en Downing Street, para que relajaran el ánimo, e incluso se encargó él mismo de llenar algunas copas.
En diciembre de 2019, cuando el recién nombrado primer ministro Boris Johnson firmó el llamado Código Ministerial (el código ético de los miembros del Gobierno) se comprometió a cumplir la norma de oro por la que “los ministros deben dar información verdadera y precisa al Parlamento, y corregir cualquier error inadvertido [en sus declaraciones] a la mayor brevedad posible. Se espera de aquellos ministros que mientan deliberadamente al Parlamento que presenten su dimisión”. No es probable que la Cámara de los Comunes acabe dando el visto bueno a la apertura de una investigación sobre el comportamiento de Johnson.
Prevalecerá la mayoría conservadora, porque muchos diputados temen hundir al Gobierno en medio de la crisis de Ucrania, o porque prefieren retrasar su decisión hasta comprobar el daño electoral que pueda llegar a causar, en las municipales del 5 de mayo, todo el escándalo de las fiestas. Pero la actitud humilde, las respuestas contenidas y el rostro de seriedad mostrado por Johnson durante su larga comparecencia ante la Cámara de los Comunes de este martes, en la que ha sufrido golpe tras golpe de la bancada de la oposición, demostraba que el primer ministro británico era consciente de que no había logrado aún, ni mucho menos, salir del agujero en el que él mismo se había metido.
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