El estadio Mané Garrincha, en Brasilia, acoge este domingo el Brasil-Venezuela del duelo inaugural de una Copa América de Fútbol precedida de muchos sobresaltos. El último, conocido este sábado: doce miembros de la delegación venezolana han dado positivo por covid.
Como ocurrió con las mascarillas o las vacunas, la Copa se ha visto atrapada en la polarización política brasileña.
Los partidos se disputarán sin público y el plan es que las comitivas estén confinadas en una especie de burbujas sanitarias en este país donde la pandemia ha mantenido las escuelas cerradas durante bastantes más meses que los estadios. Maracaná, en Río de Janeiro, acogerá la final el 10 de julio. Cuiabá y Goania serán las otras ciudades sede.
Los participantes han extremado las precauciones. Los argentinos están concentrados en su país y viajarán a Brasil para cada partido. El campeonato se celebra en el gigante sudamericano después de que las autoridades futbolísticas renunciaran primero a hacerlo en Colombia. Por las protestas populares que han colocado al poder contra las cuerdas, y después en Argentina, por la crisis sanitaria del coronavirus.
Los detractores se apoyan en los casi 480.000 muertos y los 17 millones de casos acumulados, y en el riesgo de una tercera ola de contagios que pronostican los epidemiólogos ahora que Brasil entra en el invierno. La vacunación avanza a trompicones, solo el 14% de la población está completamente inmunizada.