Mucho antes de las elecciones de 2018, cuando escuché por primera vez a la masa de creyentes políticos ovacionar a Jair Messias Bolsonaro llamándolo “mito”, mi primera reacción fue de horror. Horror al presenciar que había gente —mucha gente— dispuesta a llamar “mito” a ese hombre violento, obsceno y estúpido. Intenté entender por qué, aunque siempre pensando que la denominación de “mito” era un tremendo error.
Ahora que el “mito” se ha convertido en el mayor responsable del exterminio de más de 525.000 brasileños, me doy cuenta de que Bolsonaro sí que es un mito. Y, precisamente porque lo es, es tan difícil conseguir el más que justificado y más que urgente impeachment, la mejor oportunidad de evitar que siga sembrando cadáveres. Precisamente porque lo es, (todavía) no conseguimos impedir que nos siga matando.
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No estoy hablando del “mito” de los creyentes políticos que siguen a Bolsonaro, el que proviene de decir popularmente en las redes sociales brasileñas que alguien es un mito cuando alguien hace o dice algo considerado increíble. Tampoco estoy hablando del mito pop, como sería Marilyn Monroe o Elvis Presley, por ejemplo, que forma parte de la mitología que cimenta el soft power de Estados Unidos a través de la producción de Hollywood. Considero que el mito es la narrativa/imagen/trama que explica una sociedad, un pueblo, un país. Bolsonaro es una criatura-mito.
En este ejercicio de interpretación, Bolsonaro invierte el rumbo al realizarse en el plano que llamamos realidad para, luego, llevarnos a orígenes que son brutalmente reales, pero que están encubiertos por mistificaciones como “país de la democracia racial” o “nación mestiza” o “pueblo cordial”, entre otras que nos han falseado para formarnos, o deformarnos.
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Tenemos que entender que Bolsonaro es un mito para destruirlo como tal. Parto de los gritos de “mito” de la masa embrutecida para interpretar a Bolsonaro como una criatura mitológica hecha de todos nuestros crímenes. Él es estrictamente eso. Si enumeráramos todas las violencias que han constituido y constituyen lo que llamamos Brasil, todas están representadas y actualizadas en Bolsonaro. Este Mesías —su segundo nombre— está hecho de cinco siglos de crímenes, esta monstruosidad humana está constituida de toda la sangre criminalmente derramada.
En Bolsonaro están los indígenas casi tan “humanos como nosotros”, están los negros que “ya no sirven ni para procrear”, están las mujeres nacidas ya ni siquiera de la costilla de Adán sino de un “desliz” del macho en la cama, está la homofobia que prefiere “un hijo muerto en un accidente de tráfico a un hijo gay”, está la ejecución de todos los que no están hechos a su imagen y semejanza mediante “una guerra civil, para hacer el trabajo que el régimen militar no hizo y matar a unos 30.000”.