Suelen ser noticias cortas en la prensa local. “Detenidos un hombre y una mujer por la violación de una niña de 13 años. La comisaria de policía explica que el hombre, casado con una tía de la víctima, la violaba desde hace seis años. Los hechos eran conocidos por la madre y la abuela”. Los arrestos ocurrieron el miércoles 5 de mayo en Pinheiros, una ciudad de 77.000 habitantes en el norte de Brasil. Ni la edad de la víctima ni las circunstancias suponen nada excepcional. Informaciones anodinas que narran delitos cotidianos. Las estadísticas del Forum Brasileño de Seguridad Pública (FBSP) resultan estremecedoras. Cada hora, cuatro niñas menores de 13 años son violadas en Brasil, según las cifras más recientes. Más de la mitad de las 5.636 víctimas de 2019 tenía menos de 13 años.
Y esto es solo la punta del iceberg porque solo contempla lo que llega a oídos de la policía o los servicios de salud. “La violencia sexual contra los niños está envuelta en un pacto de silencio”, recalca Marcia Bonifacio, jefa de un equipo de sicólogos y psicopedagogos del Ayuntamiento de São Paulo que da apoyo a las escuelas cuando surge un alumno problemático. Su comportamiento oculta a menudo que es víctima de violencia sexual o de algún otro tipo.
Tres brasileñas, la educadora Bonifacio, la fiscal Renata Rivitti y la directora del Instituto Liberta, Luciana Temer, echan mano de su amplia experiencia para ayudar a entender los contornos de este delito tan arraigado en esta cultura patriarcal y machista plagada de tabúes que a la vez promueve la sexualización precoz. “Es un círculo muy perverso con pocos finales felices”, advierte Bonifacio.
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La víctima puede ser una niña de cuatro años que se masturba cuatro veces al día en clase, una cría de 10 años que empieza a mostrar la figura de una embarazada, un chaval de siete años que fuerza a las compañeras de clase a tener sexo oral, una aplicada y retraída adolescente que aparece con un ojo morado y ofrece explicaciones poco creíbles… Las víctimas no siguen un patrón. Los agresores sí: “No tengo noticias de ningún caso en que la agresión fuera perpetrada por un extraño”, dice Bonifacio. Suele pertenecer al entorno familiar. El padre, el padrastro, hermanos mayores, tíos, abuelos, amigos de la familia…
Los que combaten la violencia sexual contra los niños insisten en lo democrática que es. En el muy desigual Brasil, no diferencia razas, ni clase social. Unicef estima que 120 millones de mujeres han tenido antes de los 20 años un contacto sexual no deseado.
El Código Penal brasileño considera violación de persona vulnerable mantener relaciones carnales o practicar cualquier acto libidinoso con un menor de 14 años. Las agresiones pueden empezar muy pronto y durar muchos años. No es rara la complicidad de la madre u otros parientes ni que la víctima sea culpada de destruir la familia o de dejarla sin sustento cuando el agresor es el que trae el dinero a casa. Suele ser un proceso in crescendo en el que los abusos son cada vez más invasivos, pero sutiles. A menudo no dejan marcas.

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