El cambio climático no reconoce fronteras nacionales. Exige por ello soluciones basadas en la cooperación internacional y sustentadas en valores universales. Nadie duda de que en la última década se han percibido transformaciones en el ámbito de la cooperación internacional. Estos cambios no sólo se refieren a las relaciones o actuaciones que comprende la cooperación: el enfoque de políticas, los agentes o los actores involucrados y las modalidades de ejecución, sino también a la forma de entender el desarrollo. El cambio climático plantea la necesidad urgente de cubrir varios espacios que hasta ahora ilustran el incumplimiento normativo existente.
En la actualidad continúa el acelerado crecimiento de la industria y el comercio que no logra reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, se ignoran compromisos adquiridos en cumbres internacionales, de parte de estados nacionales. El planeta sigue viviendo episodios de intensas lluvias, largas sequías, graves incendios, grandes inundaciones, escasez de agua, tormentas catastróficas, daños a la biodiversidad y los ecosistemas, el deshielo de los polos, todas cada vez más recurrentes e intensas en toda la historia, y nos recuerda la incertidumbre del género humano.
Se requieren mayores esfuerzos para estimular el uso de automóviles híbridos y eléctricos y ampliar el acceso al transporte público confortable, fortalecer la infraestructura peatonal, para bicicletas y motocicletas; moldear su demanda con políticas de planificación urbana. Revisar la desigual distribución de recursos hídricos y revertir la disminución de la calidad de los suelos y aguas que, además, ponen presión a los sistemas de producción agrícola y pecuaria con consecuencias en la seguridad alimentaria y nutricional. Los pequeños agricultores, en su mayoría ubicados en países en desarrollo, se ven amenazados por la variabilidad del clima.
Los adversos impactos del cambio climático seguirán creciendo. Las continuas emisiones incrementarán la presión sobre sistemas sociales y ecológicos. A pesar de una ligera disminución del crecimiento en la demanda de energía fósil, el cambio a fuentes de energía renovables sigue siendo lento, y sus beneficios determinantes respecto al cambio climático. La necesaria evaluación e implementación de tecnologías de captura de carbono puede hacer frente, parcialmente, a las emisiones directas correspondientes a la generación energética y a emisiones industriales que, de otra manera, no se eliminarían. El desafío es no obstruir la innovación tecnológica y social necesaria que debe sustentarse en una investigación sostenida que genere conocimiento compartido.
La inercia histórica de los sistemas políticos es resistente a los cambios profundos, pero frente al escenario potencialmente irreversible del cambio climático, las sociedades contemporáneas no tienen alternativa que obligarse a introducir transformaciones profundas, impactantes y a mediano y largo plazo de instrumentación realista. Los especialistas en el tema proponen una batería de medidas a adoptar que incluye necesariamente: el establecimiento de topes globales de emisiones de gases invernadero respaldados por una legislación internacional vinculante, el establecimiento de impuesto a las terminalidades energéticas y restricciones del comercio de cuotas de emisiones de energía, llamadas cap and trade (tope de emisiones); desarrollar el concepto de justicia climática mundial, que permita determinar, con una participación comprobada, la capacidad económica sincera, tanto a nivel nacional como internacional, de resolver los sistemas de producción irreversibles. La percepción generalizada sobre esas soluciones y su eficacia exacta depende, entre otros, de la percepción de riesgo de los ciudadanos respecto del calentamiento global.
Los efectos letales de la acumulación de CO2 en la atmósfera, como cualquier otra acumulación de desechos venenosos e irreversibles, requieren un cambio paradigmático, político y social sostenido, y permanente. ¿O no, estimado lector?
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