El último que he descubierto en ese género es uno dedicado a Elvis Presley. La imagen que desprendía este señor en sus postreros años era tan lamentable como las horrendas y ñoñas películas que interpretó, pero ocurría algo grande determinadas veces cuando se ponía a cantar. No debía de ser muy listo, permitió que su siniestro manager le hiciera multimillonario a costa de que renunciara a las esencias de su arte, pero cuando hacía lo que quería, ocurría algo irrepetible. Para completar esta visión, un amigo me hace ver en YouTube la última actuación en Las Vegas de este hombre. Con síntomas evidentes de estar acabado, sudoroso y puesto hasta las cejas. Da igual. La interpretación que hace de Unchained Melody provoca el escalofrío, es el rugido de un león majestuoso.
A Orson Welles no se le permitió finalizar su último sueño. De eso trata el inquietante documental Me amarán cuando esté muerto, que también exhibe Netflix. Cuenta el interminable, tortuoso y disparatado rodaje de Al otro lado del viento. Welles negaba haber afirmado que tendría que morirse para que amaran su obra. Su creatividad y su personaje fueron adorados en vida. Y realizó algunas películas extraordinarias. Otras, menos. Trabajar con él debió de suponer un tormento para mucha gente. Qué pesada debe de ser la obligación de ser genial todo el rato, sin interrupción.