“Es verdad que el demonio me llevó a Aiguafreda”. Eso confesó finalmente —y todo lo que le pidieron— el 28 de julio de 1620 en la prisión de Vic (Barcelona), la viuda de 70 años Elisabet Martí, vecina de Seva acusada de brujería. El testimonio le fue arrancado bajo tortura. La sentaron en un banco desnuda y la conminaron a que dijera cuántos años hacía que era bruja y a que revelara el nombre de sus compañeras. Martí inicialmente se negó con mucho valor.
Entonces le ataron los brazos a la espalda y por medio de una polea la suspendieron del techo hasta casi descoyuntarla (la sensación era de que se te reventaba la caja torácica) durante el rato, dicen con siniestra beatería las fuentes documentales, en que se tarda “en rezar una avemaría o un padrenuestro”. Hizo falta que la colgasen varias veces más, un total de 11 (el notario presente en la sesión de tormento las fue apuntando y numerando en el margen del documento en que dio acta del interrogatorio), y que le colocasen pesos en los pies para que la mujer se desmoronara. Aún así, aparte de inculparse a sí misma, los nombres que dio eran de mujeres ya ejecutadas.
El caso de Martí, que parece haber muerto durante la tortura —el interrogatorio acaba bruscamente, y valga la palabra—, es uno de los muchos de acusadas y condenadas por brujería en Cataluña en los siglos XV al XVII, sobre todo durante la extraordinariamente intensa caza de brujas desatada entre 1616 y 1622. Hubo entonces una verdadera psicosis brujeril digna de Salem, Zugarramurdi o North Berwick. Se las veía por todas partes y se consideraba que en algunas localidades, como Ventalló, todas las mujeres sin excepción eran brujas. En las Guilleries, un refrán popular decía: “De Sant Hilari a Arbúcies, doce casas, trece brujas”.
Más de 400 mujeres fueron ejecutadas
Se calcula que más de 400 personas, la inmensa mayoría mujeres, fueron ejecutadas bajo la acusación de brujería en el territorio. En Cataluña, donde, según los estudiosos, la persecución fue mucho más violenta que en otras partes de España, no se las quemaba, sino que se las ahorcaba, porque eran los tribunales y la justicia secular la que las procesaba y se las castigaba como delincuentes comunes. Las ejecuciones tenían lugar en la plaza pública de las localidades o en las horcas instaladas en distintos lugares al efecto, bien visibles, como en el camino real de Vic a Barcelona. Era habitual ver brujas colgando en el paisaje de la época y el terrible, atroz espectáculo (nada de la Bruja Pirula, el Tren de la Bruja o Maléfica) dejó huella en la toponimia, como el Pla de les forques del bisbe, en Centelles.
Cataluña busca reivindicar la muerte de las supuestas ”brujas”
Cataluña, donde se vienen produciendo distintas iniciativas populares y académicas de revisión de aquella terrible persecución, quiere ahora recuperar, dignificar y reivindicar institucionalmente la memoria histórica de las víctimas, y el Parlament prevé que se apruebe (hay mayoría) en el pleno de esta semana una resolución en ese sentido, presentada por ERC, Junts, CUP y los comunes y que pide, entre otras cosas, que los Ayuntamientos catalanes pongan a algunas de sus calles nombres de condenadas por brujas. Así que uno podrá vivir, por ejemplo, en la calle de la Maria Joaneta, la Antònia Rosquellas o la Margarida Puig alias Cassadora (tres de las 14 mujeres, incluida una niña de 12 años, colgadas por brujas en el pequeño pueblo de Viladrau, en Girona), o en la de Francina Redorta, natural de Menàrguens (Lleida), o Eufrasina Puig, de la sumergida Susqueda. Una manera de recordarlas a todas.
La iniciativa parte de una campaña lanzada por la revista de temas históricos Sapiens, y también esta semana se estrenará (martes, 22.00) un documental sobre el tema coproducción de la publicación y TV3, titulado Bruixes la gran mentida.
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