La película On the basis of sex cuenta cómo Ruth Bader Ginsburg ganó el caso que la conduciría a ser nombrada —años después— jueza de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. En ese correcto biopic nada llama tanto la atención como el logo, en los títulos de crédito finales, de Alibaba Pictures, la gran empresa de comercio electrónico de China. El “Amazon” de una autocracia sin libertad de expresión coprodujo y distribuyó internacionalmente ese alegato en favor de la igualdad y de la democracia.
La paradoja resume con elocuencia la esquizofrenia que experimenta la expansión cultural del nuevo imperio. La política oficial intenta reforzar y actualizar la cultura autóctona y los principios del Partido Comunista de China (PCC). Aunando los valores tradicionales con las tecnologías de última generación, garantizando el acceso a cientos de millones de sus ciudadanos tanto a bibliotecas, librerías y museos como a la conexión 5G. Pero el apoyo absoluto al desarrollo tecnológico ha llevado a la existencia de grandes plataformas que —para competir con Amazon o con Facebook— producen contenidos indistinguibles de los norteamericanos.
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Para ser la gran potencia industrial del mundo, China se ve en la necesidad de formar a su nueva élite intelectual. La inversión en desarrollo educativo y en investigación está siendo superlativa. No me refiero solamente a escuelas primarias, supercomputadoras, programas de investigación en robótica, macrolaboratorios o centros universitarios. Al mismo tiempo que extremaba sus mecanismos de control y represión, el PCC promovía una atmósfera favorable para la curiosidad y la formación en muchas de las ciudades del país.
A causa de la pandemia cerraron cerca de 1500 librerías en China, pero a principios de 2021 habían abierto unas 4000. La política del Estado las respalda, como hace con los planes regionales para erigir bibliotecas megalómanas, borgeanas. Es posible que ningún otro país haya inaugurado tantos espacios librescos en lo que va de siglo. Ni museos tan gigantescos como el Astronómico de Shanghái, que acaba de abrir al público sus cerca de 40.000 metros cuadrados consagrados al universo. Cada dos días se inaugura un museo en China de acceso gratuito.
En El gran sueño de China, Claudio F. González ha llamado “tecnosocialismo” al plan que el presidente Xi Jinping ha impuesto al partido y al país. No se trata de asumir el liderazgo mundial, sino de convertirse en “la economía más poderosa e influyente”, basada en la intervención en dos espacios paralelos: “un mercado interior y un mercado internacional con mecanismos de creación de valor diferentes”. Pero el valor nunca es solamente económico: también es cultural. De modo que China está generando no solo dos economías, sino también dos culturas simultáneas. El gobierno controla la que se encuentra físicamente radicada en su territorio y se expresa en su idioma. Pero tiene problemas con la que se comunica fuera de sus fronteras en código y en inglés.