En las orillas del lago Poopó, antigua fuente de vida en Bolivia, una comunidad indígena afectada por la minería reclama la demanda de agua que les fue arrebatada por las empresas mineras. El lago, que solía ocupar hasta 1.000 kilómetros cuadrados, desapareció debido a la sequía y la contaminación provocadas por la actividad minera. Ahora, los habitantes de la zona tienen dificultades para conseguir agua para beber, cocinar o regar sus cultivos.
La comunidad de Llapallapani, compuesta por unas 300 familias, ha presentado una demanda ante las autoridades bolivianas para que se les restituya el agua. Según ellos, han sufrido el impacto de la industria minera en sus vidas diarias y su supervivencia. La demanda también exige una compensación económica por los daños causados por la actividad minera.
Los habitantes de Llapallapani denuncian que las empresas mineras no les brindaron información clara sobre los efectos de la explotación minera en la zona. Además, aseguran que sus tierras y el agua fueron cortadas por unos cables de alta tensión que se instalaron en la región sin permiso. Asimismo, denuncian la presencia de químicos tóxicos en el agua.
Esta situación no solo afecta a Llapallapani, sino a otras comunidades indígenas que viven en la zona y que también padecen la falta de agua y los efectos de la contaminación. Esta es solo una de las muchas historias que nos recuerdan que la explotación minera y otros actos irresponsables tienen consecuencias graves y duraderas para las personas y la naturaleza que los rodea.
Como sociedad, debemos garantizar que las empresas operen con responsabilidad social, tomando en cuenta los derechos de las comunidades que se ven afectadas por sus actividades extractivas. La justicia y la solidaridad son fundamentales para asegurar que la vida de las personas y la naturaleza sean respetadas. Es hora de tomar medidas concretas para garantizar un futuro sostenible para todos.
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