El límite que divide Ciudad Acuña, en México, y Del Río, en Estados Unidos, se ha convertido en una cárcel a cielo abierto. Miles de migrantes han quedado cercados por las autoridades a uno y otro lado de la frontera. En la parte mexicana, decenas de adultos con niños se han lanzado, una vez más, al río Bravo empujados por la presión de los agentes de migración y las fuerzas de seguridad, que han entrado este jueves al campamento formado desde hace una semana en este punto del Estado de Coahuila. Con el agua tan alta como está a las ocho de la noche, cruzar es aún más peligroso pero las personas atan más fuerte las bolsas, agarran a sus hijos de las manos y se arrojan al río.
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Decenas de policías llegaron la madrugada de este jueves al campamento y limitaron el acceso. Los agentes migratorios se sumaron más tarde y recorrieron la zona para convencer a los migrantes de ser detenidos “voluntariamente”. A cambio les ofrecían lo que hasta ahora nadie les había dado: agua, comida, techo, sanitarios, servicios médicos y asistencia legal.
“¿Por qué no vienen a ayudarnos aquí?”, reclamó una de las mujeres a los agentes migratorios que le proponían llevarla a Tapachula, en Chiapas. En su recorrido por la zona donde se instalaron algunas de las personas –sobre cartones, en tiendas de campañas o debajo de toldos hechos con telas o bolsas–, los trabajadores del Instituto Nacional de Migración han insistido en que “quien esté gustoso” en esa situación puede permanecer allí y ha amenazado con que habrá “fríos muy fuertes”. Los agentes han estado acompañados por efectivos de la Agencia de Investigación Criminal, mientras afuera esperaban desde la mañana la Guardia Nacional, la Policía de Acción y Reacción y varios autobuses.
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“Vienen para asustarlo a uno. Vienen solamente para engañar a la gente”, piensa Jonás Basel, un haitiano de 31 años que viaja junto a su esposa y sus dos hijas. El hombre pasó por Tapachula en su camino desde Chile, de donde viene la mayoría de los migrantes que han llegado hasta este punto, y no le encuentra sentido a volver a la ciudad limítrofe con Guatemala. “Está lleno de gente y la Comar [Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados] está colapsada. No voy a encontrar un permiso ni en tres ni en cuatro meses”, asegura. Además, dice, “la gente está casi sin plata”. A él le quedan 300 de los 10.000 dólares que tenía para el viaje: “Gastamos todo para llegar acá”.
El terreno en el que se ha montado el campamento improvisado del lado mexicano es un terreno federal que está controlado por el Gobierno del Estado de Coahuila. Allí funciona un espacio llamado Comedor del Migrante, que ahora las personas han reconvertido en habitaciones multitudinarias o en baños, ante la ausencia de instalaciones adecuadas para recibirlos. El martes el campamento empezaba a parecerse a un espacio organizado, con una peluquería improvisada, una misa por la tarde, agua y comida que entregaban ONG y particulares a toda hora, tiendas de campaña y algún que otro colchón. Pero este jueves por la tarde los ánimos son otros. “La gente está deprimida, es muy estresante”, apunta una mujer embarazada que no ha querido identificarse.
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Las patrullas y los agentes han bloqueado los accesos por los que entran los migrantes desde el río para comprar productos básicos o cargar sus celulares en México, ya que del otro lado la salida está bloqueada por las autoridades estadounidenses. Algunas familias que habían dejado listas sus pertenencias después de que entraron los vehículos en la madrugada decidieron cruzar el río con las bolsas en un brazo y los niños en el otro. El río había crecido cuando dos mujeres y un menor, de unos ocho años, se lanzaron a cruzar. Al otro lado, otro migrante entró ayudarlos porque pasando la mitad del trayecto el agua empezaba a cubrir al niño y al camión de juguete que llevaba debajo del brazo. Allí, los esperaba, imponente, otra hilera de patrullas, un “muro de acero” para frenarlos, como la describió el senador republicano Greg Abbott.
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha valorado que estos migrantes se encuentran en condiciones de “vulnerabilidad extrema” después de meses viajando desde Sudamérica y en los campamentos precarios en los que los mantienen los Gobiernos de ambos países. El CICR ha recordado, además, que la situación en Haití “es compleja” y ha reclamado a las autoridades “promover prácticas que incluyan excepciones humanitarias para proteger a las personas”. “Una vía”, defiende Lorena Guzmán, coordinadora de la delegación regional para México y América Central del CICR, “podría ser proveerles de documentación migratoria para promover una estancia regular en México, minimizando sus riesgos y facilitando su pleno acceso a derechos de forma temporal o definitiva”.
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La mayoría de personas en el campamento son haitianos que salieron del país expulsados por la inestabilidad política y económica. El paìs más pobre del hemisferio occidental sufrió en 2010 un devastador terremoto que obligó a miles de personas a empezar un éxodo, principalmente, hacia países de Sudamérica. La grave crisis humanitaria que sufre el paìs desde hace una década empeoró con el magnicidio del presidente Jovenel Moïse, en junio y el impacto del seísmo de magnitud 7,2 que dejó más de 2.000 muertos en agosto.
Abandonaron hace años Haití y ahora están en la disyuntiva entre ser deportados por Estados Unidos hacia ese país del que escaparon o ser enviados de vuelta a Tapachula. Muchos han optado volver sobre sus pasos y, una vez más, cruzar el río Bravo hacia Estados Unidos. Un camino inverso al que hicieron hace unos días, empujados por las condiciones y las deportaciones hechas por la Administración de Joe Biden. Unas prácticas “inhumanas”, según criticó el enviado especial de EE UU para Haití, Daniel Footeal, que ha dimitido este jueves.
La soga que une los dos extremos entre Ciudad Acuña y Del Río fue cortada esta tarde y ya no hay de donde agarrarse para cruzar. Pese a lo que ya saben que les espera del otro lado, muchos migrantes que han estado esperando sobre la pendiente enlodada que baja hacia la orilla finalmente se van porque tienen miedo y porque México no les garantiza ni los papeles, ni la protección, ni las oportunidades que buscan. Al otro lado tampoco les darán la bienvenida. Están atrapados entre dos países que no quieren recibirlos.