El amor como amenaza. No como disfrute, como apoyo, como acompañamiento, como catalizador del deseo y los proyectos o formas más fructíferas de vida, sino como una amenaza constante a la seguridad física, a la estabilidad mental y al propio transcurso de la vida y la libertad. Es la propuesta de Cristina Rivera Garza en El invencible verano de Liliana (Literatura Random House), mucho más que una novela.
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La autora mexicana (Heroica Matamoros, 1964) ha logrado llevar a término un parto con dolor, con retraso, con heridas y deudas comprensibles, porque el bebé es la reconstrucción de la vida y asesinato de su propia hermana pequeña, muerta a los 20 años a manos de quien fue su novio en edad adolescente y no pudo soportar su salto al mundo universitario en la capital, su crecimiento, su cambio. Un desafío literario y personal de enorme altura.
“A veces uno tiene que esperar muchos años para sentir las transformaciones personales y sociales en cada uno de sus huesos. Los duelos tienen su propio reloj. Su propio ritmo”, cuenta Rivera Garza por correo electrónico. “Los movimientos de mujeres —feministas y no— han producido un lenguaje que ahora nos permite demandar justicia juntas”.