El encuentro entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia, Joe Biden y Vladímir Putin, celebrado ayer en Ginebra, abre una nueva perspectiva en la relación entre las dos potencias tras una fase de tensión y deterioro. Sería ingenuo esperar una mejora sustancial y cambios estratégicos, pero la reunión representa un bienvenido punto de inflexión.
En primer lugar, se pactó el retorno de los embajadores de EE UU y Rusia a sus respectivas legaciones, lo que representa un simbólico gesto de normalización diplomática; en segundo lugar, se constata la disposición a abrir nuevas negociaciones para mejorar el marco de control de las armas nucleares, un ámbito de enorme importancia; también puede reseñarse la apertura de canales de comunicación en ciberseguridad para interactuar en la lucha contra ciertos tipos de criminalidad.
Ninguna de estas medidas altera el profundo desencuentro entre ambas potencias, pero el establecimiento de marcos de diálogo fomenta la previsibilidad y claridad de las relaciones, un elemento relevante. Es esta una inteligente manera de entender las relaciones internacionales que facilita la estabilidad y que había saltado por los aires en los últimos años entre las acciones sin escrúpulos de Putin y la heterodoxa presidencia de Trump en la Casa Blanca.
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La Casa Blanca acierta en su intento de combinar una dureza y claridad inusuales respecto a la política seguida por Moscú con la apertura pragmática a un diálogo cara a cara. Hay que destacar que Biden se ha encontrado con Putin solo después de haberse reunido previamente con los aliados europeos en términos económicos y de defensa. En esto también las diferencias con su antecesor son enormes.
Rusia es una potencia con grandes recursos estratégicos —militares, energéticos, geográficos— pero en evidente dificultad por motivos económicos, demográficos y políticos. Putin ha optado desde hace tiempo por sostener el perfil de potencia a través de acciones sorprendentes y sin escrúpulos. Si bien China es el gran desafío para Occidente en este siglo, Moscú puede acarrear enormes retos y problemas. Una de las maneras de limitar riesgos es crear marcos de entendimiento y previsibilidad. Esto es lo que, acertadamente, ha intentado hacer Biden en Ginebra.