El 1 de enero de 1959 ya estaban construidos los hoteles Habana Hilton, Riviera y Capri, pero el Nacional seguía siendo el Nacional. A las pocas horas del triunfo de la revolución, el mafioso Meyer Lansky mandó a llamar a Jaime Casielles, uno de sus hombres de confianza en Cuba, y le pidió que fuera urgentemente al hotel: “Ya Lansky sabía que Batista y su familia habían huido del país. Me dijo: ‘Jaimito, debemos recorrer los casinos y recoger el dinero antes de que las turbas se echen a la calle”. Todo en la isla había cambiado.
Durante más de un año el Nacional siguió en manos de sus dueños norteamericanos, pero pronto empezaron los conflictos con el nuevo Gobierno y los aristócratas y las estrellas de Hollywood comenzaron a esfumarse, si bien nuevos huéspedes llegaron a observar los nuevos tiempos. El 20 de febrero de 1960 se alojaron Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que venían invitados por Carlos Franqui, el director del periódico Revolución. Su objetivo era conocer de primera mano el proceso político que estaba sucediendo en Cuba.
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“Vivimos en uno de los mejores barrios, en el Hotel Nacional, una fortaleza de lujo, flanqueada por dos torres cuadradas almenadas. A sus clientes, que vienen de Estados Unidos, solo se les pide dos cualidades: fortuna y gusto. Como son raramente conciliables, si tienen la primera se les supone la segunda sin averiguar mucho”, escribiría a su vuelta a Francia. “Pongo al máximo el aire acondicionado para disfrutar del frío de los ricos. Con treinta grados a la sombra, me acerco a las ventanas y, con estremecimientos suntuosos, miro cómo transpiran los que pasan. No he tenido que buscar mucho tiempo las razones en que se funda la supremacía, todavía indiscutible, del Nacional. Me ha bastado correr las cortinas en cuanto llegué: vi largos fantasmas gráciles estirarse hacia el cielo”.
Las palmeras. Siempre las palmeras, las mismas que deslumbraron a Lucky Luciano y a otros huéspedes famosos, pero los Sartre no habían venido a Cuba a eso. Al día siguiente la pareja partió para Santiago y después marchan a Holguín, donde Fidel Castro inauguraba una escuela en lo que había sido un cuartel militar. Allí conocieron al líder cubano y se encontraron también con el Che Guevara.