“El niño que de los cero a los cinco años no recibió los nutrientes imprescindibles, no solo tendrá tallas más bajas, sino que aprenderá más lento y nunca desarrollará todo el potencial cognitivo, afectivo y personal”. Así describe Daniela Sarmiento, experta de Nutrición de Save the Children en Colombia, la desnutrición infantil.
En el país andino, hay 554.000 pequeños con el futuro condicionado, según el último estudio de Red de Bancos de Alimentos nacional (Abaco) y la Cámara de la Industria de Alimentos de la Asociación Nacional de Empresarios (Andi), presentado a principios de diciembre. Los niños son la cara más crítica de los efectos del hambre, un mal que conoce el 54% de la población.
La covid y la desigualdad son los principales culpables detrás de tantos platos vacíos. Los hogares colombianos que consumían tres comidas al día disminuyeron de un 90% antes de la pandemia a un 70,9%, según lo indica la encuesta Pulso Social del DANE. En adición a esto, el último indicador de pobreza monetaria evidencia que el 42,5% de los habitantes dispone solo de 331.688 pesos (76 euros) para cubrir sus gastos de alimentación, vivienda y otros artículos de primera necesidad. “Y hay siete millones de personas que viven con 145.000 pesos mensuales (33 euros)”, explica alarmado Juan Carlos Buitrago, director de Abaco, en relación con las víctimas de la pobreza extrema.
Esta tendencia a la desigualdad es cada vez más latente en Latinoamérica. 2020 fue el año que más hambre pasó la región en la última veintena. Aumentó un 30% de 2019 a 2020, elevando a 59,7 millones el número de afectados. Son 13,8 millones más de un año para otro y, aunque la pandemia es la razón principal, no es la única, ya que estos datos no han parado de crecer en los últimos seis años.
En un país como Colombia, con 21 millones de personas con algún tipo de inseguridad alimentaria, la carestía no es exclusiva de las ciudades vulnerables. Sin embargo, la región de la Orinoquía y Amazonía, la zona Atlántica –especialmente La Guajira– y la Pacífica (sobre todo Chocó, Cauca y Nariño) son las de mayor incidencia. Es ahí donde se localiza la mayor parte de la población indígena y rural, la más afectada por estas estadísticas.
Pero las perspectivas reales de alcanzar las metas distan mucho de las fechas prometidas. De acuerdo con proyecciones de Fundación Éxito, antes de la pandemia, el reto de erradicar la desnutrición crónica en menores de cinco años fijada para 2030 ya iba con seis años de retraso. Ahora, como consecuencia del retroceso en el crecimiento económico 2020, se prevé viable para el año 2040.
Además de la falta de acceso a los alimentos nutritivos de los menús de los colegios, se produjo un sub registro de la detección de casos preocupantes. En 2019, se identificaron 15.641 niños con indicadores alarmantes vinculados a la inseguridad alimentaria. En el fatídico 2020, apenas 9.151. “Sabemos que las necesidades han incrementado, pero sin estos datos es muy difícil atender y proporcionar la ayuda que se precisa”.
La paradoja del desperdicio de comida
La pandemia trajo algo positivo, según Buitrago: el aumento de solidaridad. Antes de covid, los bancos de alimentos atendían a 600.000 beneficiarios y entregaban 24.000 toneladas de comida. En 2020, ambas cifras se multiplicaron. Estos centros pasaron a cuidar de 3,2 millones de personas y a repartir 64.000 toneladas. “El pueblo colombiano se puso la mano en el corazón y donó mucha ayuda”, cuenta.
Sin embargo, dice, es necesaria la concienciación con respecto a la comida desperdiciada. “Se tira la tercera parte de los alimentos que se producen. Con lo que tiramos en un año, podríamos dar de comer a Panamá, Uruguay y Luxemburgo los 365 días. Podríamos acabar con el hambre en nuestro país”.
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