Si paseamos cerca de un área recreativa, y observamos atentamente, veremos que los comportamientos, actitudes y conductas de la población infantil congregada allí son dispares y heterogéneas. Distinguiremos niños extrovertidos y muy sociables, con una gran facilidad para hacer relaciones; otros más reservados que prefieren jugar apartados del grupo; los hay que se muestran responsables y también aquellos que son tremendamente curiosos. También están aquellos que cambian de humor con facilidad o tienden a sentirse enfadados o tristes. Cada niño o niña es único y posee una personalidad singular. Como dice el filósofo José Antonio Marina, “del cerebro dependen nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra personalidad…”. Este jueves 22 se conmemora el Día Mundial del Cerebro.
El doctor Gabriel Rubio Valladolid, jefe de Servicio de Psiquiatría del madrileño Hospital 12 de Octubre, señala que “la identidad personal o el sentido del “yo” es un proceso que se desarrolla y extiende desde la infancia y se consolida durante los primeros años de esta etapa. En este “saber cómo soy” participan elementos biológicos o también llamados temperamentales y psicosociales. Ningún niño es semejante a otro. Los padres lo saben muy bien. Todos sus hijos tienen personalidades distintas, incluso los gemelos”.
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Explica el doctor Rubio que “el temperamento constituye aquello que hemos heredado de nuestros padres y que, con la influencia ambiental (familia, escuela, amigos, la sociedad), se va transformando en lo que denominamos personalidad. Esta última denota una serie de características a la hora de expresar emociones (cómo suelo expresar mis emociones en según qué contextos), cogniciones (qué caracteriza mi forma de pensar, cuáles son mis formas de entender lo que ocurre a mi alrededor) y conductas (cómo me comporto en función de los contextos)”.
Podría decirse que la identidad personal es la esencia de nuestro ser. Se trataría, como señala Pedro Javier Rodríguez Hernández, miembro de la junta directiva de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría (AEP), “de una serie de múltiples variables, prácticamente infinitas, que constituyen nuestros pensamientos, creencias y emociones. También conforman un sinfín de otras características psicológicas que interaccionan todas juntas entre sí y con el entorno para crear la definición de cada sujeto en particular. Se trata de un DNI psicológico, único y diferente para cada individuo”.
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Según Redolar Ripoll, “en la infancia las experiencias vitales nos pueden marcar de forma indeleble y hacer que algunas de las respuestas fisiológicas funcionen de una forma inadecuada en la edad adulta”. En este sentido, prosigue el director de la unidad de neuromodulación de Brain 360, “por ejemplo, experiencias vitales estresantes de alto grado (violación, abandono, muerte de progenitores…) en etapas iniciales del desarrollo pueden configurar el funcionamiento del eje HPA (Hipotálamo Hipofisario Adrenal) y hacer que funcione de una forma desregulada en la edad adulta, siendo más probable la aparición de trastornos vinculados con la respuesta de estrés, ansiedad o trastornos del estado del ánimo, como la depresión”.
Durante la adolescencia, “la conectividad entre sistema límbico (fundamentalmente amígdala) e hipocampo se ve modificada. Esto puede tener importantes consecuencias en la manera de comportarse hacia el entorno, la denominada crisis de la adolescencia”, asegura el experto de la UOC. Entre los 18 y 21 años, continúa, “es cuando la maduración de los lóbulos frontales está relativamente completa, aunque su desarrollo sigue durante la vida adulta.