Dos grajos negros negros, de película, graznan en el valle hermoso y oscuro de Cortina d’Ampezzo posados sobre los cables de un telesilla. Las nubes bajas siguen ocultando los montes pálidos, que, se supone, cercan la ciudad. El Giro abandona los lugares hacia el valle de Fassa por la gran carretera de los Dolomitas, Falzarego, Pordoi, bajo tormentas de agua y algo de nieve. Por la tarde brilla el sol. Segundo martes de descanso. Los graznidos agoreros, el nevermore que chillan roncos los cuervos, seguramente atormentaron un tiempo los sueños de Egan Bernal, pero nunca más. Egan de rosa, vive el Giro en trance, y olvida. Quizás atruenen estos días la cabeza enloquecida de Remco Evenepoel, en el conflicto de emociones y memoria, ya a los 21 años, en que ha devenido la primera grande del nuevo Merckx. Pero seguro que ni rozan ni asustan lo más mínimo los tímpanos de Damiano Caruso, el segundo de la general, el gregario siciliano en estado de gracia que da a la carrera rosa su necesario toque costumbrista, o neorrealista, que dicen los italianos.
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