Gianni Agnelli se enamoró perdidamente de aquel cuadro que vio en la muestra romana dedicada a Giacomo Balla en 1972. La Velocidad abstracta, pintada en 1913, encarnaba perfectamente el imaginario estético y biográfico del propietario de Fiat, la gran industria automovilística italiana y el motor económico del país. El problema es que Balla había reutilizado aquella tela y, años después, pintó una nueva obra en la otra cara: La marcha sobre Roma (1932). Aquel reverso era la representación pictórica del acto fascista por excelencia y Agnelli lo ocultó durante décadas, dejando incluso escrito que no se mostrase aquella parte. El pudor del empresario —solo contradicho en una gran exposición en la Scuderia del Quirinal que permitió verlo a través de un juego de espejos en 2000— reflejaba el tabú que acorraló durante años a una fabulosa vanguardia oscurecida por su connivencia con el fascismo. Hoy el futurismo ha salido definitivamente del armario, varias exposiciones lo celebran y sus artistas se revalorizan en el mercado. Justo cuando se cumplen 150 años del nacimiento del autor de aquella tela de doble cara: la mejor expresión de la dicotomía moral entre el arte de vanguardia y la política de su tiempo.

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