La historia de Yos Khartoum está marcada por la desesperación y la mala suerte. La fatalidad ha vuelto a cebarse con él esta semana pasada. Yos se encuentra ingresado en el Hospital del Bidasoa, en Irun (Gipuzkoa) tras ser operado de una fractura del fémur. Este sudanés de 20 años lleva recorridos más de 6.000 kilómetros desde que decidió abandonar su país y se propuso llegar al Reino Unido. No lo ha conseguido. El pasado viernes se rompió la pierna cuando escapaba de la Policía francesa. La afluencia de migrantes, la gran mayoría subsaharianos, no para de crecer en este paso. Las desgracias humanas, también: el año pasado murieron en la localidad siete personas en tránsito. Esto no parece asustarle a Ousmane, maliense de 21 años: “Tengo que pasar a Francia. No sé cómo voy a hacerlo, pero allá voy. Quizás de noche”.
Siete jóvenes africanos
Ousmane, Adou (este de Guinea-Conakry), y otros siete jóvenes africanos han pasado la última noche en Hilanderas de Irun, un centro temporal de atención humanitaria que gestiona la Cruz Roja. En este alojamiento pernoctaron el año pasado 8.115 migrantes, la cifra más alta de los últimos años. En 2020 fueron menos (3.493 por el confinamiento general) y un año antes 4.244. Josune Mendigutxia, voluntaria de la red de acogida de Irun (Irungo Harrera Sarea), asegura que la situación que viven estas personas es “cada vez más precaria y peligrosa”: “Llegan aquí con mucha ansiedad porque ven que Francia está ahí, muy cerca, y quieren llegar a toda costa, pero no encuentran una forma segura de pasar. Lo peor es que no son conscientes del riesgo al que se exponen”.
Este es el caso de Yos Khartoum, el herido. Corría desconsolado por las vías del tren para evitar ser atrapado por los gendarmes y se rompió la pierna en una aparatosa caída. Al joven ya le habían dado el alto en otras tres ocasiones cuando trataba de cruzar el puente que hace frontera y da acceso a la localidad francesa de Hendaya. Su periplo comenzó cuando salió de su país y atravesó medio continente hasta llegar a Melilla. Allí saltó la valla y pudo reanudar una travesía que le llevó al puerto de Calais (Francia), a las puertas de su destino. “En Calais fue detenido”, cuenta Mendigutxia, “y devuelto a las autoridades españolas. Desde Madrid tuvo que volver a hacer la ruta hasta aquí y ahora está hospitalizado, asustado, con un pronóstico de unos tres meses de recuperación por delante”.
Ante la presión creciente que ejercen los gendarmes
Los migrantes tratan de localizar cualquier rendija para burlar su vigilancia. Lo intentan cruzando los puentes, pasar escondidos en autobuses, trenes o coches particulares, exploran vías clandestinas por el monte o incluso se atreven a atravesar a nado el río Bidasoa. De los siete fallecidos en 2021, cuatro se produjeron en Irun y, de estos, tres fatalmente atrapados por las aguas del río.
Los miembros de la red de acogida de Irún ya les advierten a todos: “Hay que ser un nadador experto para alcanzar la otra orilla. No lo intentéis”. Otros prefieren ponerse en manos de “pasantes”, que se aprovechan de la desesperación de estas personas para “hacer un negocio redondo”, dice Jon Aranguren, de Irungo Harrera Sarea. Ya son varios los detenidos por este tipo de prácticas. “Les cobran 150 euros a cada uno por pasarles en coche, o 10 euros por acompañarles hasta la orilla del río, cuando no les roban”, añade Aranguren.
Todos los días, en la explanada del Ayuntamiento, los voluntarios reúnen a los extranjeros para explicarles todos estos pormenores. Les dan información, consejos para seguir su ruta hacia Francia y, sobre todo, “soporte afectivo”. El soporte vital (comida, cama y wifi) lo obtienen en el centro de la Cruz Roja, que sigue un programa financiado por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. A los que se presentan con poca ropa, se les ofrecen pantalones o chaquetas. Y si el recurso de acogida está completo, se les brinda la opción de ir a una pensión o dormir en tiendas de campaña. A Irún llegan todos los días una media de 10 o 12 personas, aunque ha habido días que se han superado el centenar.
El Gobierno autónomo espera que la afluencia de migrantes se intensifique:
“El tránsito está creciendo de forma considerable. La experiencia nos dice que en función de las salidas que se producen en las islas Canarias se convierte a los dos meses en una mayor llegada de personas a la frontera de Irun”, expone Legarreta. Por eso, Euskadi y Canarias estrecharon el año pasado las vías de colaboración para atender de forma coordinada este fenómeno. Legarreta se queja de “la negativa del Ministerio de Migraciones a convocar la comisión interterritorial para políticas migratorias, que no se ha reunido desde 2018 pese a que lo hemos pedido de forma insistente”.
Mientras, policías franceses y migrantes siguen jugando al gato y al ratón. Todos los consultados coinciden en que esta dinámica puede complicarse con una mayor tensión en la frontera ante la cercanía de las elecciones presidenciales previstas en Francia en abril de este año. Aranguren pronostica “más desgracias” estos primeros meses del año. Por eso, pide a las administraciones concernidas que “no sean miserables y dejen de colaborar en el sufrimiento de estas personas. Es una cuestión de humanidad”.
El alcalde de Irún, José Antonio Santano, sostiene que la actitud de la policía francesa está “poniendo trabas” a personas que solo buscan una vida mejor. Está “muy preocupado” por el cariz que está tomando la situación y lamenta que esto esté sucediendo “en una Unión Europea que debe velar por unos valores humanitarios”. “Me da mucha pena que el río Bidasoa se esté convirtiendo en una trampa mortal para estas personas, cuando para nosotros es un río que da vida urbana”, dice.
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