El Gobierno de Boris Johnson ha comenzado a cuestionar el precio que aceptó pagar a cambio de su anhelado Brexit. El negociador británico con la UE, David Frost, vincula el “purismo” ejercitado por Bruselas, en su exigencia de que se cumpla el Protocolo de Irlanda del Norte, con los recientes disturbios y la violencia que ha sufrido este territorio. Y ya ha advertido de modo velado que el Reino Unido no descarta desvincularse de los compromisos adquiridos si la Unión Europea no muestra más pragmatismo y flexibilidad.
El Protocolo de Irlanda del Norte, la solución firmada por Johnson para sellar la salida de la UE, ha vuelto a agitar las aguas, sobre todo entre los unionistas, que se sienten traicionados por Londres con la imposición de facto de una frontera en el mar de Irlanda entre su territorio y el resto del Reino Unido. Bruselas exige controles aduaneros sobre las mercancías que viajan desde Gran Bretaña a Irlanda del Norte, porque el protocolo estableció que esta región seguiría formando parte del Mercado Interior de la UE para garantizar los acuerdos de paz. Londres quiere más flexibilidad para no soliviantar a empresarios y aliados políticos. La líder del principal partido unionista y actual ministra principal de Irlanda del Norte, Arlene Foster, se ha visto obligada a anunciar su dimisión, y ha sido sustituida por Edwin Poots, quien exige con vehemencia que se anule el protocolo firmado con Bruselas.
La combinación puede ser peligrosa. Irlanda del Norte ha entrado en lo que se llama “la temporada de los desfiles”, que va de abril a agosto. Las diferentes órdenes unionistas salen a la calle para celebrar la histórica victoria de Guillermo de Orange sobre Jaime II, algo que durante décadas ha sido visto como una provocación por el lado republicano. Y han llegado además lo que el antiguo primer ministro irlandés, Bertie Ahern, figura fundamental en la conquista de la paz en esta región, llamaba las “noches blancas”. La luz del día se alarga, y muchos jóvenes desocupados caen en la tentación de incendiar las calles. Los estallidos de violencia de los últimos meses han sido protagonizados por adolescentes y niños alentados por grupos paramilitares. “El Brexit ha recuperado la cuestión de la identidad, que el Acuerdo de Viernes Santo intentó arrinconar”, señala Jonathan Powell, quien fue el negociador principal del laborista Tony Blair durante el proceso de paz que culminó con aquel acuerdo en 1998. “Queríamos que la política en Irlanda del Norte fuera sobre todo aburrida, y se centrara en asuntos como la educación o la sanidad”.
El actual negociador del Gobierno de Johnson, David Frost, no va tan lejos en sus planteamientos. Tiene previsto volver a reunirse en la primera mitad de junio con el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic, para abordar de nuevo la cuestión irlandesa. Ambos presiden la Comisión Conjunta que supervisa el cumplimiento del Acuerdo de Retirada del Reino Unido de la UE. A diferencia de Bruselas, que ha mostrado un talante calmado ante los problemas derivados del protocolo, Frost ha optado por aumentar la tensión negociadora. “Hasta el momento las discusiones no han resultado muy productivas, así que tendremos que ver hasta qué punto estamos dispuestos a aguantar”, decía el político a la Comisión de Supervisión de la UE de la Cámara de los Comunes.
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