Pocas personas pueden señalar con rotundidad el momento exacto en el que su vida dio un vuelco. A Tomás Escribano (53 años) le ocurrió en el jardín botánico de la ciudad de Caracas, hace 15 años, mientras lo visitaba en una de las mañanas libres de su trabajo como tripulante de cabina de la compañía Iberia. “Todo porque preferí no ir a tomar el sol como el resto de mis compañeros”, comenta sonriendo para sí.
Allí, el científico Miguel Castillo, –que no tardaría en volverse su amigo–, le mostró una clase de nenúfar (Nymphaea) tropical llamado Victoria ‘Longwood Hybrid’. Él fue quien le enseñó que la temperatura ideal de esta planta debe ser de 20 grados, ni más ni menos. También que es capaz de soportar hasta 50 kilos, y que su efímera flor dura dos noches, durante las cuales su olor dulzón a piña lo impregna todo. Esta experiencia germinó en Escribano la idea de que cultivarlas en Madrid era posible, y así lo hizo.
Gracias a sus desinteresadas donaciones los visitantes del Real Jardín Botánico pueden disfrutar cada verano desde 2018 de la colección de nenúfares del estanque oval. El año pasado fue la primera vez que un ejemplar de victoria florecía en España.
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A menudo, la pasión y la experiencia de los aficionados, en el mejor sentido de la palabra, acumulada a lo largo de toda una vida es lo que convierte el pasatiempo en algo mayor. Para Escribano ocurrió de este modo. Este barcelonés llegó a Madrid durante la adolescencia, cuando empezó a cultivar plantas por su cuenta. “Entonces jugaba con los geranios de mi madre, les hacía como injertos. A los cactus les ponía inyecciones de fertilizantes, pero tan solo les provocaba calvas. Yo me lo pasaba muy bien, pero pobres plantas”, cuenta.
A raíz de su estancia en Venezuela retomó su interés por las ciencias biológicas, carrera que había comenzado en la Universidad Complutense años antes. Ahora es uno de los mayores expertos en nenúfares de España y es el único representante de esa nacionalidad en la International Waterlily & Water Gardening Society, el mayor club del mundo de forofos de estas plantas donde realizan competiciones entre ejemplares.
Es uno de los mayores expertos en nenúfares de España y es el único representante de esa nacionalidad en la International Waterlily & Water Gardening Society, el mayor club del mundo de forofos de estas plantas donde realizan competiciones entre ejemplares
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Pero, ¿qué tienen de especial estas plantas? Para Escribano: todo. La variedad de colores, las formas, los patrones. Algunos atigrados, otros rojizos, verdes, arrugados, o incluso dentados. “Las flores de los nenúfares siempre me han fascinado, son como las rosas, a quien no le gusta una rosa. Bueno, quizás a mi no porque pinchan”, bromea.
También todo el ecosistema acuático que se forma alrededor de un estanque. “Es algo vivo que siempre cambia. Tienes que tener peces y ranas para que se coman los mosquitos. Es como un círculo. Un día abre la flor un nenúfar, al día siguiente otro. Siempre hay algo interesante que ver en un estanque”.
El aumento de las temperaturas de los últimos años, debido al cambio climático, ha repercutido en que sea posible cultivar estas plantas tropicales en España, pero también ha puesto en peligro estos ecosistemas. “Se están secando muchísimos lagos”, admite Tomás. “Por ello nosotros jugamos, igual que las abejas, a polinizar una planta específica con el polen de otras y las semillas que salen producen nuevos híbridos. Yo ya tengo mis propios registrados. Me hace mucha ilusión”.
La hora de las flores
Da gusto verlo cuando llega al estanque oval del botánico alrededor de las 11 de la mañana, hora en la que los nenúfares comienzan a florecer. Una vez allí, charla amablemente con los cuidadores sobre el color de las hojas y analizan el abono que necesitan, después coloca su cámara para grabar todo el despertar. A veces también se viste con un traje impermeable, que parece una versión con tirantes del atuendo de los apicultores, y se mete en el agua para inspeccionar que a sus niñas no les falte de nada.
Comenzó a colaborar en el Real Jardín Botánico de Madrid hace cuatro años. “Era invierno, vine aquí por una conferencia y el director de entonces me pidió ayuda. Yo les expliqué que tenía muchas plantas y que no tenía ningún problema en donarlas y aconsejarles para cultivarlas”, explica. Entonces donó cerca de 18 ejemplares, pero el número ha ido creciendo hasta llegar a 25 este año. “Ese primer año fue una pena porque los patos se comieron todos los nenúfares, las repuse con otras que tenía en casa pero había llevado las mejores. Desde entonces ponemos una red”, dice apenado.
Para este experto lo ideal sería que el Jardín Botánico tuviera un estanque cubierto, como es más común en el norte de Europa, y así, mantener una colección de forma permanente. “En Madrid tenemos muchas horas de sol y con paneles solares podríamos calentar el agua a coste mínimo”, explica. Hasta entonces, él mismo prepara los tubérculos desde febrero en su propia casa.