Está tan politizada y enrarecida la situación actual en general, que prefiero remontarme a nuestras raíces, las del México Antiguo y recordar cómo el maíz forma parte no sólo de nuestra identidad sino de la cultura misma del mexicano.
Les pondré como ejemplo un singular poblado morelense: Amatlán de Quetzalcóatl porque se dice que en ese lugar nació. Y aquí entran los mitos porque Quetzalcóatl es uno de los dioses principales dentro de la mitología azteca, pero también a la de los toltecas y en la mitología maya la deidad K´uk´ulkan (pluma y serpiente) aparece asimismo en Teotihuacan y Xochicalco donde tiene sendas pirámides. Sin embargo en Amatlán hay la creencia de que ahí nació Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl, que de ese pueblo partió a la Acrópolis de Xochicalco donde llegó a ser sacerdote y de ese lugar desapareció para convertirse en leyenda. Como lo quieran ver el tema es fascinante, pero hoy no me desvío del maíz.
Así es que desde estas líneas los invito a conocer este poblado ubicado a 15 minutos de la cabecera municipal de Tepoztlán para narrarles que este lugar se quedó suspendido en el tiempo y se niega a permitir la entrada del progreso. Aquí el 70 por ciento de las familias todavía se dedican al cultivo de la milpa de temporal y se destina no a enviarlo para su venta fuera del poblado, nada de eso, sino que está destinado principalmente al auto abasto, al de sus animales y el excedente para venderlo dentro de la misma pequeña comunidad. La mayoría de la población posee escasamente por familia poco más de una hectárea, algunos hasta menos y así viven tranquilos. ¡Cómo! iba a entender el presidente Francisco I. Madero a nuestro general Emiliano Zapata con su petición de apoyar a los campesinos de su tierra, si aquel venía del norte de una tradición de hacendados con grandes extensiones de tierras y aquí en un estado tan pequeño como es Morelos pero tan cargado de historia y un vasto y rico patrimonio cultural, nuestro líder suriano, orgullosamente morelense, buscaba la devolución de las tierras cedidas al clero virreinal ya en poder, mediante engaños, de los hacendados en pleno siglo XIX y aún a principios del XX olvidando que en realidad esas tierras les pertenecían de manera legítima, con documentos coloniales en mano, a los campesinos.
Y fíjense lo fuerte de la tradición, esta comunidad indígena y nahua hablante de Amatlán que se encuentra a solo 80 kilómetros de la CDMX aunque hay familias extranjeras hippies viviendo allí, algunas en comunas, “you know?”, los pobladores originarios no aceptan ninguna presión o aculturación por parte de ellos que modifique sus modos de vida ni mucho menos alteren la apacible existencia de este lugar: tierra de brujos que realizan limpias teniendo como testigos el Cerro de la Ventana, la cordillera tepozteca y una escultura multicolor de Quetzalcóatl que realizó el escultor Xerxes Díaz. Tienen además un pequeñísimo museo pero muy digno al que no dejan entrar a nadie si ellos no lo permiten construido por la comunidad con ayuda del INAH Morelos y que alberga las piezas que donó la arqueóloga Carmen Cook de Leonard quien en los años 70 del siglo pasado llegó a vivir al pueblo ya en la vejez en una pequeña casita y a cambio de que la alimentaran hasta su muerte, legó también su biblioteca magnífica que pocos utilizan aunque es orgullo de la población, todo en custodia de las autoridades indígenas del pueblo de Amatlán que se rigen a través del sistema de usos y costumbres, a través en aquel entonces, de su tata ya fallecido, don Felipe Alvarado.
Sin embargo a pesar de que es posible ver a uno que otro lugareño con su pinta inconfundible de ajeno a la comunidad, en realidad ambos mundos no se mezclan, ni siquiera se tocan y por supuesto, los norteamericanos o europeos por más que tratan de aprender lo que no es suyo, jamás contemplan a su alrededor lo que los lugareños sí ven aunque aquellos tratan de adentrarse en vano a parte de la Cosmovisión de una comunidad que les permite vivir allí a cambio de que no se metan con sus costumbres y de que algunos jóvenes lugareños aprendan poco a poco los adelantos tecnológicos que llegan de fuera aunque eso no cambia la lógica cultural del poblado ni su fuerte arraigo a una organización comunitaria que no pierde sus costumbres y tradiciones. Leo que pueblos así, al momento en que se ven amenazados en su cultura y sus valores por proyectos que no entienden ni quieren, los paran. Por ello, los campesinos que aún siembran sus milpas siguen trabajando en la selección de su semilla y guardándolas celosamente principalmente por puritita tradición como parte de sus creencias y actividades que han venido realizando a lo largo de la historia mediante rituales aprendidos a través de la comunicación oral.
De ahí que el respeto al cultivo de la milpa ha sido tan significativo, muestra de ello es que las creencias y los ritos sobre la milpa constituyen la matriz, el eje de su religiosidad como parte esencial de su universo simbólico.