Ante la inminencia de la final de la Eurocopa, Inglaterra buscó en su colección un símbolo nítido de victoria. Allí estaba todavía Geoff Hurst, que tiene 79 años y hace 55, en la única final de un gran torneo que han jugado, marcó en Wembley tres goles, uno de los cuales no cruzó la línea de la portería de Alemania.
El viernes le pusieron una réplica de la camiseta roja de aquel día y lo montaron en la noria London Eye. Cuando su cabina llegó al punto más alto, detuvieron la atracción. Hurst trepó entonces por una escalerilla, se colocó un balón de cuero bajo un brazo y saludó desde el techo a un camarógrafo que daba vueltas en un helicóptero. Una actuación para la posteridad videográfica, la única capaz de verlo en ese trance. Para cualquier peatón, la leyenda del fútbol era un punto rojo en lo alto de una noria.
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Inglaterra no ha producido tantas figuras del perfil de Hurst. Muchas de las que se le acercaron cargan con el estigma de la autodestrucción o con la maldición del casi pero no cuando se acercaron a la gloria. Harry Kane se ha visto atrapado en ese punto con el Tottenham, y por eso terminó la temporada anunciando que quería mudarse a un lugar en el que pudiera optar a ganar los grandes trofeos de equipo, que se le han resistido en el club de su vida, con el que tiene contrato hasta 2024.
El capitán de Inglaterra, de 27 años, llegó a la Eurocopa con la confianza de que el torneo representaría el escaparate definitivo que le permitiría ablandar a Daniel Levy, el dueño, para que le dejara salir del Tottenham.