La crisis entre Rusia y Occidente ante una posible invasión de las fuerzas del Kremlin en la vecina Ucrania se materializa en un gasoducto que es mucho más que una infraestructura energética. El Nord Stream 2 (NS2), un proyecto controlado por Gazprom para transportar directamente por el lecho del mar Báltico gas de Rusia a Alemania sin pasar por Ucrania, se ha colado en el centro de las discusiones sobre las posibles sanciones que Estados Unidos y sus aliados podrían imponer a Moscú si, como teme Washington, se produce el ataque. Berlín, reticente hasta ahora a amenazar a Rusia directamente con la viabilidad del gasoducto, está dispuesto a poner sobre la mesa su paralización.
Si las tropas rusas cruzan la frontera de Ucrania, al canciller alemán, Olaf Scholz, le va a resultar muy difícil seguir adelante con un proyecto al que Estados Unidos se ha opuesto de forma vehemente durante años. La decisión llega además en plena crisis energética y cuando el gigante ruso está aparentemente racionando el suministro de gas a la UE. El NS2, ya construido pero cuya certificación está paralizada por no cumplir los trámites regulatorios europeos, duplica la capacidad de su predecesor y esquiva el paso por Ucrania, tradicional país de tránsito del gas. Con él, Kiev no solo pierde ingresos; también le hace más vulnerable frente a Moscú.
La crisis ha convertido al gasoducto en un arma, una herramienta con la que presionar a Putin. Scholz envió este martes la señal más clara que se le ha escuchado desde que llegó a la Cancillería. Durante una visita del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y a preguntas de los periodistas sobre el gasoducto, dijo que en caso de intervención militar “está claro que se pagará un precio alto y que todo está en discusión”. Esta postura se alinea con la que mantienen Los Verdes, con los que gobierna en tripartito, y que siempre han criticado el proyecto. También Josep Borrell, el jefe de la diplomacia europea, ha ligado el futuro de la infraestructura a lo que haga con Putin en Ucrania.
El gas es, sin embargo, un arma de doble filo. Del mismo modo que Alemania puede presionar a Rusia con no comprarle el gas a través del NS2, Moscú podría reducir todavía más las exportaciones por otras vías, como el gasoducto Yamal, en pleno invierno, con los depósitos al nivel más bajo de los últimos años y en plena crisis de precios. Europa empieza a conjeturar si podría dejar de depender del gas ruso. Moscú es ahora mismo su principal proveedor. Y Alemania, a punto de cerrar sus últimas centrales nucleares y obligada a quemar menos carbón para dejar de emitir CO2, es especialmente dependiente. Necesita el gas como energía de transición mientras mejora la capacidad de las renovables.
Washington está decidido a usar el NS2 como palanca de presión. “Ahora mismo no fluye el gas, lo que significa que el gasoducto es una ventaja para Alemania, Estados Unidos y nuestros aliados, no para Rusia”, subrayó este jueves el secretario de Estado, Antony Blinken, en Berlín. A mediados de noviembre, cuando ya había empezado la tensión por los movimientos de tropas y en plena crisis de la frontera entre la UE y Bielorrusia, aliado de Moscú, el regulador alemán suspendió temporalmente el proceso de certificación. La empresa propietaria debía crear una filial alemana para operar en Europa según las leyes comunitarias.
Alemania se está tomando su tiempo. La agencia federal de redes anunció en diciembre que no tomaría una decisión en la primera mitad del año. De darle luz verde, la pelota caería en el tejado de la Comisión Europea, que podría tardar varias semanas más en revisar el proyecto.
De momento, el Kremlin está aguardando para criticar abiertamente el retraso en la certificación. Cuando se anunció la paralización, Moscú apuntó que no había razones para pensar que detrás existan más razones que las técnicas. Ahora, el Gobierno ruso está empezando a deslizar que puede haber también razones políticas. “Llamamos la atención de nuestros colegas alemanes sobre lo contraproducente de los intentos de politizar este proyecto”, subrayó esta semana el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, junto a su homóloga alemana, con la que hablo en Moscú sobre el controvertido gasoducto.
El Kremlin insiste en que el Nord Stream 2 beneficiará a los consumidores europeos. En diciembre, en pleno pico de subida de precios, las palabras del presidente ruso, Vladímir Putin, de que Gazprom estaría dispuesto a incrementar el suministro causó una rápida bajada de los precios en unos mercados muy recalentados. Putin ha repetido una y otra vea que la puesta en marcha de Nord Stream 2 conduciría a precios más bajos del gas en Europa. El miércoles, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, remarcó que el retraso perjudica no solo a los participantes del proyecto sino también a los consumidores.
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