#Brasil #Bolsonaristas | El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, tomo la decisión de destituir ha más de 80 militares destinados en el palacio donde despacha y la residencia presidencial; sospecha que son infiltrados, bolsonaristas más leales a su predecesor que a la República. Él y su esposa tampoco se han mudado por ahora, siguen en un hotel de lujo en Brasilia. Quieren asegurarse de que su hogar oficial será un espacio blindado para su seguridad y su intimidad.
El palacio de Planalto, donde trabajan los presidentes, fue uno de los tres edificios invadidos por miles de bolsonaristas furiosos que rechazan la victoria de Lula con falsedades y teorías conspiratorias. Y eso que Planalto cuenta con un cuerpo específico cuya misión es protegerlo. Pero resulta que el sábado, cuando ya había informes oficiales que alertaban del riesgo de ataque durante la manifestación bolsonarista convocada para el domingo, unos soldados llegados el viernes para reforzar la guardia presidencial fueron enviados a casa. Solo los llamaron de regreso una vez consumada la invasión extremista.
Las Fuerzas Armadas han permanecido en silencio desde el asalto en Brasilia. Pero la complicidad de algún mando militar fue grabada en vídeo. Una de las filmaciones que ha circulado por redes muestra cómo un jefe policial se encara con un coronel del Ejército uniformado que intenta impedir el arresto de asaltantes en uno de los salones nobles de Planalto. “¿Pero tú estás loco?”, le grita el policía al militar que le corta el paso ante lo que el primero proclama: “Aquí van todos presos”.
Mientras avanzan las investigaciones para determinar quién perpetró, alentó y financió la invasión de Brasilia, se suceden las decisiones judiciales sobre los acusados. Más de 350 detenidos encarcelados por orden del magistrado del Tribunal Supremo Alexandre de Moraes, que lidera la investigación, una medida muy dura en un país como Brasil que destaca como especialmente garantista. Otras 220 personas están libres con cargos. Moraes aún tiene que analizar los expedientes de unos 800 arrestados.
La desconfianza de Lula va más allá de conductas individuales
De ahí, las destituciones de más de 80 uniformados esta semana, días después de quejarse públicamente de que alguien de dentro del palacio presidencial abrió la puerta a los golpistas. El líder de la izquierda brasileña, que preside un Gobierno de frente amplio, hubiera querido que las Fuerzas Armadas desmantelaran los campamentos golpistas que el bolsonarismo levantó al día siguiente de los comicios. Pero hasta la toma de posesión, estaba atado de pies y manos.
Desde que ganó las elecciones, Lula era consciente de lo delicada que era la relación con los militares, porque nunca desde la dictadura tuvieron tanto poder político como con Bolsonaro. Antiguo capitán del Ejército, el anterior presidente llenó el gabinete de generales retirados, duplicó el número de militares en empleos civiles de la Administración y los eximió de los recortes en las pensiones.
Al arrancar la transición, Lula no se demoró en revelar quien sería su ministro de Defensa. José Múcio, un veterano político bien visto por Bolsonaro y los suyos, fue uno de los primeros nombres anunciados. Aunque Lula se ha quejado de que ninguno de los múltiples órganos de inteligencia lo alertó de la intentona golpista y a que el ministro Múcio llegó a decir que las acampadas golpistas eran “manifestaciones democráticas”, lo ha confirmado en el cargo tras una reprimenda.
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