Una gran cantidad de migrantes procedentes de Texas han llegado este fin de semana a Washington. A bordo de autobuses fletados por el gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, los desplazados, entre 110 y 130 y en su mayoría familias con niños, se suman a los miles llegados desde la primavera a ciudades como Washington y Nueva York, enviados asimismo por Abbott, para denunciar la política migratoria de la Administración de Joe Biden. Sin embargo estos inmigrantes no fueron enviados a un refugio si no a la residencia de la vicepresidenta Kamala Harris. No es la primera vez que hasta la misma puerta de la residencia oficial de Harris, es invadida y se convierte en destino final del viaje involuntario de los migrantes, ya a primeros de octubre Abbott trasladó a un número parecido de extranjeros, en su mayoría venezolanos, hasta las puertas de la residencia.
Al frente de frío polar que ha hecho estragos en más de la mitad del país se añade el aplazamiento por el Tribunal Supremo del levantamiento del Título 42, una norma aplicada por la Administración de Donald Trump en la pandemia para deportar por la vía de urgencia y sin posibilidad de solicitar asilo a quienes cruzan la frontera, y a la que probablemente pondrá fin el Alto Tribunal, de mayoría conservadora, por la presión de los Estados gobernados por los republicanos, pese a una orden judicial en contra. Las temperaturas cercanas a los 10 grados bajo cero en El Paso (Texas) han convertido estas noches en una nevera a cielo abierto para los peticionarios de asilo, que fueron informados por los voluntarios del plan de viaje a la capital federal, pese a la apertura de albergues improvisados en la localidad. Las ONG que prestan asistencia en la frontera coordinaron con colaboradores de Washington la acogida de los desplazados, algunos de ellos solo en camiseta, que fueron trasladados posteriormente a una iglesia en el barrio del Capitolio, según fuentes de la ONG SAMU First Response citadas por la agencia Reuters.
Abbott, crítico feroz de la Administración de Biden, ha recurrido junto a otros gobernadores republicanos a esta arma política, o política de hechos consumados, con el envío de miles de personas a ciudades gobernadas por los demócratas como Washington, Nueva York y Chicago, teóricos refugios para inmigrantes, como suelen definirlas sus autoridades. Mediante este sistema de chárteres, los republicanos pretenden también espolear el debate nacional sobre la llegada de inmigrantes a EE UU. La semana pasada llegaron otros nueve autobuses desde la frontera a Washington, muchos de ellos ecuatorianos y colombianos según la citada ONG.
Una doble problemática
Sin embargo las ciudades demócratas deben lidiar simultáneamente con otro problema que va en aumento, y que el frío inclemente pone de manifiesto: cómo ayudar a los miles de personas sin hogar, muchos de ellos con problemas mentales, que viven en sus calles. La falta de plazas en albergues se ha puesto de manifiesto en Nueva York precisamente por la llegada de más de 21.000 migrantes desde abril y el alcalde, el demócrata Eric Adams, ha pedido ayuda material del Gobierno federal para dar respuesta a la emergencia, que puede desbordarse si el Supremo pone fin definitivamente al Título 42, la llave para una deportación casi automática.
A primeros de octubre Adams declaró el estado de emergencia por la afluencia masiva de extranjeros. En noviembre amplió la red de recursos para los recién llegados, con la creación de ocho centros de información para que los peticionarios de asilo pudieran cursar sus solicitudes -el sistema está saturado- o conseguir los primeros salvoconductos para moverse por la ciudad (la tarjeta de la ciudad de Nueva York, por ejemplo, o tarjetas de transporte). En un movimiento calificado de errático por sus críticos, el alcalde abrió y clausuró al cabo de unas pocas semanas un polémico campamento en la isla Randalls, al norte de Manhattan, con una capacidad de mil plazas y que teóricamente iba a albergar a hombres que viajan solos. Los pocos inquilinos de Randalls fueron reubicados en un antiguo hotel reconvertido en albergues en el centro de Manhattan. El mismo sistema usado durante la pandemia para cobijar a indigentes, y que se reveló insuficiente y disfuncional según las ONG de derechos humanos.
Ante la doble crisis de alojamiento, por la necesidad de atender a indigentes y migrantes al tiempo, el Ayuntamiento ha pedido ayuda a iglesias, templos y sinagogas para alojar a solicitantes de asilo.
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