Cuando la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, anunció en septiembre que sería candidata a la presidencia de Francia, le bastaron siete palabras para presentarse: “Yo, una mujer francesa nacida en España…”
Hidalgo (San Fernando, Cádiz, 72 años) no es la primera personalidad política nacida en España que aspira a la jefatura del Estado en Francia. Hace cinco años lo intentó otro franco-español de su misma generación: Manuel Valls (Barcelona, 59 años).
Valls había sido primer ministro. Se presentó a unas primarias en las que la izquierda moderada debía elegir a su candidato al palacio del Elíseo en las elecciones de 2017. Perdió. Abandonó el Partido Socialista (PS), que todavía es el de Hidalgo. Dejó la política francesa. Intentó ser alcalde en Barcelona. No lo logró. Hace unos meses regresó a Francia.
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El exsocialista Valls no fue presidente en 2017 y la socialista Hidalgo lo tiene muy complicado en 2022. Ambos tiene algo más en común. Son representantes de una de las últimas historias de éxito de la inmigración extranjera en Francia: la de los hijos de inmigrantes, exiliados o expatriados españoles de la posguerra que nacieron en Francia o llegaron de pequeños; pasaron por la escuela pública que todavía era una eficaz fábrica de ciudadanos y el combustible del ascensor social; y se hicieron franceses por elección.
Valls, hijo del pintor figurativo barcelonés Xavier Valls y de la suizo-italiana Luisa Galfetti, obtuvo la nacionalidad francesa a los 20 años; Hidalgo, nieta de un represaliado por el franquismo e hija de inmigrantes económicos, a los 14. Ambos la comparten con la española. Crecieron en la Francia de los años sesenta y ochenta, cuando los españoles representaban la primera población extranjera en este país. En 1968, en plena ola migratoria procedente de España, llegaron a ser 607.000, señala la historiadora de la inmigración Natacha Lillo, hija de manchego y bretona.
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Aquilino Morelle (París, 59 años), hijo de asturianos que adoptaron la nacionalidad francesa, nació francés. Su padre era obrero en Citroën. Su madre crió a siete hijos y no hablaba francés. Él llegó a la cúspide: médico, enarca (graduado en la ENA, la Escuela Nacional de Administración, donde se forma la élite política y empresarial francesa) y consejero del socialista François Hollande cuando este fue presidente de la República.
Morelle señala los puntos en común entre Valls, que es amigo suyo, Hidalgo, y él mismo. El primero es un origen español –con el trasfondo de la inmigración pero también del antifranquismo– que marcó sus convicciones. “Ser de izquierdas era natural”, dice. “Y de ahí al compromiso socialista solo hay un paso”.
El segundo punto en común, según Morelle, “es un apego muy fuerte a la República, puesto que permitió a gente como Anne, Manuel y yo estudiar y seguir un camino nosotros solos”. “Esto forja un temperamento”, resume.
La escritora Lydie Salvayre (Autainville, 73 años) pertenece a la generación de los hijos del exilio republicanos tras la Guerra Civil. “Lo que observo, si comparo con hijos de otras inmigraciones, es que en los republicanos que se refugiaron en Francia había un deseo verdadero de que sus hijos se integrasen, trabajasen bien en la escuela. Había dolor, claro, pero también gratitud hacia Columna Digital que les había acogido, y ninguna hostilidad”, dice la autora de No llorar (Anagrama, en castellano), novela que en 2014 ganó el premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas. “La escuela de la República… ¡Qué habría sido de mí sin ella!”.