Emmanuel Carrère (París, 63 años), autor de descarnados libros confesionales y relatos sobre personajes reales que viven al límite de la humanidad, ha ganado este miércoles el Premio Princesa de Asturias de las Letras. En su último libro, Yoga, Carrère narra su caída en el infierno de la depresión y, con él, da por cerrado un ciclo de libros autobiográficos que le ha ocupado casi dos décadas. Aunque es uno de los escritores más influyentes del siglo XXI, el autor de El adversario (publicado por Anagrama como el resto de su obra en castellano) nunca ha obtenido el Goncourt, el galardón más prestigioso de las letras francesas.
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“Estoy harto de la escritura autobiográfica en este momento”, confesó Carrère el pasado febrero en una entrevista en su apartamento parisino con Babelia, el suplemento literario. “No me voy a poner a hacer otro libro autobiográfico”, añadió, “no tengo ganas, lo que no significa que no vuelva a hacer otro en unos años”. El autor había empezado a encontrar una cierta paz tras un tiempo de turbulencias psíquicas. Durante una mañana habló de su depresión, de sus viejos y nuevos proyectos, del contrato con su exesposa, la periodista Hélène Devynck, que le obligó a expurgar Yoga de fragmentos donde ella aparecía, y de la polémica que tuvo con ella, por artículos interpuestos, una vez publicado el libro.
Carrère no es un escritor difícil de leer: su prosa tersa, un estilo casi periodístico, el tono coloquial del amigo que cuenta en confianza su vida a media voz, un ritmo endiablado que atrapa al lector en la primera página y no lo suelta hasta la última. Pero no es un autor sencillo. La suya es una literatura al límite y arriesgada, de la que nadie sale indemne. Al límite de la intimidad y el pudor propio, del daño que los demás pueden sufrir al convertirse en sujetos literarios o de la transformación de personajes deleznables en protagonistas de novelas que ya son clásicos, como El adversario, la crónica publicada en 2000 sobre Jean-Claude Romand, el falso médico que durante casi dos décadas llevó una vida doble y acabó matando a sus familiares más cercanos.
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Carrère creció en una familia burguesa e intelectual parisina. Su madre es la historiadora Hélène Carrère d’Encausse, gran especialista en Rusia, sovietóloga de referencia durante la Guerra Fría y actualmente secretaria perpetua de la Academia francesa, es decir, su directora vitalicia. Emmanuel Carrère, infectado desde adolescente por el virus de los libros y las ficciones, comenzó su carrera literaria con relatos fantásticos, influidos por su adorado Philip K. Dick, a quien dedicaría en los años noventa un ensayo biográfico. Los compaginó con críticas de cine en la revista Positif y entrevistas y reportajes. La combinación de ambos mundos —la literatura imaginativa y el periodismo que documenta la realidad— son la marca de su estilo.
El adversario marcó un giro en su obra y vida, que nunca han dejado de confundirse. Hasta entonces sus libros eran ficciones como El bigote, donde un hombre se afeitaba el bigote pero nadie de su entorno se daba cuenta, lo que desencadenaba una peripecia existencial. Con El adversario inauguró una etapa de libros documentales —reportajes, en realidad— en primera persona. La historia de Romand consagró a Carrère como maestro de la no ficción y llevaría al autor, al estilo de Montaigne, uno de sus modelos, a convertirse en sí mismo en objeto de sus reportajes.
La experiencia no resultó grata ni para él ni para los suyos. En Una novela rusa contó un año de su vida sin escudo ni frenos a la hora de exponer sus propias miserias, los momentos más íntimos con su pareja de entonces y un episodio de la familia de su ilustre madre que esta habría preferido guardar en secreto. En De vidas ajenas, que podía leerse como una secuela de Una novela rusa, contaba su reconciliación con la vida, su redención junto a quien sería su pareja y esposa durante más de una década, Hélène Devynck. Y suponía un cambio de foco literario: el tema ya no eran él y sus neuras y enfermedades, sino otras personas, modestas y heroicas. Yoga, marcado por la separación de Devynck y la recaída en la depresión, cierra el círculo.