No quiero ser la clienta de un museo. Si asisto a una conferencia organizada institucionalmente en la que un autor literario me explica su obra, no me siento consumidora de cultura. Si entro a visitar el yacimiento romano de Itálica, no me siento otra cosa que una afortunada sevillana que puede volver a pisar la cuna del emperador Trajano. No soy parroquiana ni feligresa cuando visito un bien cultural de titularidad pública, no soy usuaria ni compradora cuando entro en un museo: soy una ciudadana más que disfruta de un patrimonio heredado. Soy la misma que se siente consumidora cuando compra libros o entradas de cine, pero veo clarísima la línea que debe existir entre la cultura producida por los organismos públicos y por las empresas privadas. La ley de mecenazgo (cuya revisión por fin se empieza a poner en marcha) debería definir los límites entre ambos dominios.
La nota precedente contiene información del siguiente origen y de nuestra área de redacción.