La pandemia no ha terminado, pero España ha dado esta semana el paso decisivo para pasar página: desde el lunes, solo mayores de 60 años, personas vulnerables y las de entornos sanitarios y sociosanitarios tendrán que hacerse pruebas de covid. El resto podrán hacer vida normal aunque estén infectados y presenten síntomas leves. Se les recomienda prudencia en las relaciones sociales y mascarilla, que sigue siendo obligatoria en interiores y queda como el último símbolo de la covid. Las reglas cambian de forma radical después de dos años contando cada caso, insistiendo en hacer pruebas ante el mínimo signo, aislarse en caso de positivo, no tener contacto ni con los convivientes. En comparación, el resto de decisiones tomadas hasta ahora (aforos, pasaporte covid, horarios, límite en las reuniones) son casi minucias a nivel epidemiológico.
El Ministerio de Sanidad y las comunidades adelantan así a los gobiernos que han tratado el coronavirus de forma mucho más laxa durante dos años. España se pone a la altura del Reino Unido, el único gran país de su entorno que ha dado un paso semejante. Ni siquiera Dinamarca, que ha relajado al máximo las medidas siempre que ha sido posible, se ha decidido por permitir que las personas con síntomas hagan vida normal. Allí tienen que aislarse cuatro días. Eso sí, ellos no llevan mascarillas en interiores. España las mantiene. De momento.
La decisión no está en absoluto exenta de objetores. Varios expertos en salud pública han expresado sus dudas, cuando no su rechazo directo. Joan Guix, exsecretario de Salud Pública de la Generalitat de Cataluña, es de los muchos que creen que habría que esperar: “Es demasiado pronto. Todavía no estamos en una situación como la de la gripe y la covid nos ha dado sorpresas muy gordas. Yo sería más prudente”.
Salvador Peiró, epidemiólogo de Fisabio (la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana), no ve mal el nuevo sistema, pero pone en cuestión los recursos y el momento para implantarlo: “Hay suficiente inmunidad en la población para que dejes de hacer pruebas en poblaciones sin riesgo y permitas que la atención primaria se dedique a otras cosas. Pero si haces eso, significa que tienes que arbitrar medidas para dificultar los contagios en entornos vulnerables, y ahora la transmisión es muy alta como para que no permeabilicen los contagios”.
Esta vez, para bien o para mal, se ha tratado de un paso guiado por los técnicos, en el que los políticos se han limitado a aceptar sus recomendaciones. Pese a lo mucho que insisten en esto los gobernantes, no siempre ha sido así, sobre todo en los últimos meses.
Todo empezó en la sexta ola. Las autoridades sanitarias se dieron cuenta de que no había forma de medir de forma exacta los casos. Y, a la vez, la obligación de hacerlo desbordaba por completo el sistema. Los técnicos empezaron entonces a estudiar cómo gestionarían las siguientes olas, si es que las había. Pero sabían que no podría ser de la misma manera.
Este convencimiento llegó de la mano de la constatación de que el coronavirus es mucho menos letal que en las primeras olas, gracias a las vacunas, a las mutaciones y a la inmunidad natural que se ha generado a base de millones de infecciones. Con muchos más casos, el sistema hospitalario se ha resentido, pero ha quedado lejos del colapso. El horizonte a medio plazo sería medir la covid con una red centinela como la que se usa para la gripe. Pero los sistemas necesitan meses para prepararse, así que había que establecer uno de transición.
El equipo del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias se puso a trabajar y a compartir los primeros borradores con el resto de miembros de la Ponencia de Alertas (de todas las comunidades) en enero. Fuentes de este órgano explican que cuando propusieron dejar los aislamientos y de diagnosticar los casos leves, muchos lo vieron como una “locura”.
Pero, poco a poco, se fueron convenciendo. No sin reservas. Nadie sabe cómo saldrá el experimento. Pero justifican la decisión en que hay que elegir: los recursos son limitados y la atención que se presta a la covid se resta a otras dolencias. Esto se ve claramente en primaria. Si los médicos de familia tienen que pasarse el día diagnosticando coronavirus y firmando bajas laborales no pueden ver a los pacientes crónicos, tienen poco tiempo para primeras citas, más propensión a equivocarse en el diagnóstico. Y hay una cara menos evidente para la ciudadanía: la de los equipos de salud pública, los epidemiólogos que trabajan en la Administración y que llevan dos años exhaustos. “Si queríamos un nuevo sistema centinela, no podíamos seguir midiendo cada caso”, justifica uno de ellos.
Este avance no es irreversible. Ahora la referencia serán los hospitales. Mientras sigan en lo que el semáforo covid establece como “riesgo bajo” (menos de un 10% de pacientes de covid en la UCI y un 5% en planta), el plan seguirá adelante. Si sube de ahí, habrá que dar un paso atrás y volver a contar casos y reanudar los aislamientos de quienes presentes síntomas.
La única referencia es el Reino Unido. Allí, desde que eliminaron los aislamientos, a principios de marzo, los casos han subido. Pero ha sucedido lo mismo en otros países europeos que no han tomado esta medida: Francia, Alemania, Italia… Aquí no se podrá medir de forma exhaustiva, dado que no se diagnosticarán. Los mayores de 60 años servirán de termómetro. Y la clave estará en los hospitales. En ellos no se harán pruebas a todo el que ingrese, solo si la causa es una enfermedad respiratoria. Se acaba el dilema de si los hospitalizados lo estaban por o con covid. Si aguantan sin aumentar sensiblemente la presión y el virus no sufre una mutación que lo haga más letal, el coronavirus pasa a ser tratado oficialmente como algo parecido a un catarro.
Aunque la covid sigue siendo técnicamente una enfermedad de declaración obligatoria, lo que las autoridades recomiendan a los ciudadanos es actuar como con cualquier otra común y corriente. Quien tenga ligeros síntomas (algo de tos, destemplanza, mocos…) puede seguir haciendo vida normal. Eso sí, ahora usamos herramientas que antes de la pandemia resultarían exóticas: en estos casos las mascarillas serán más que recomendables y el teletrabajo, siempre que se pueda, también. Además de ser extremadamente prudentes con las personas vulnerables. Se apela a la responsabilidad individual: si alguien presenta síntomas, es poco sensato que vaya a ver a su abuela, por ejemplo.
Si los signos de la enfermedad empeoran, el siguiente paso, como sucedería con una gripe, sería ir al médico. Este determinará el tratamiento y la forma de actuar: si es necesaria una baja laboral o hacer pruebas para comprobar si hay neumonía.
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