Comienza el primer fin de semana después del estado de alarma y las calles de muchas ciudades españolas se han llenado de vida. Terrezas bulliciosas, botellones y colas en la discotecas, todo ello vigilado a menudo por agentes de la policía dispuestos a evitar que se repitiera aquella Nochevieja adelantada en que se convirtió la madrugada del pasado domingo, la primera sin restricciones de movilidad y toque de queda generaliado. La euforia y el descontrol de la primera noche han dado paso, al menos en las primeras horas de la madrugada, a un más contenido conato de vuelta a la normalidad, pero aún lejos de los estándares prepandémicos. En el día en el que se ha registrado el menor número de muertes desde mediados de septiembre, según el Ministerio de Sanidad; la víspera de que los viajeros lleguen a las playas, las montañas y las segundas residencias.
Madrid: la Violetera solitaria y un chulapo despistado
El jardín de Las Vistillas es en la madrugada del sábado, día de San Isidro, de todo de todo menos castizo. Los datos de la pandemia en Madrid, algo más desinhibida desde que decayó el estado de alarma el pasado domingo, no han remontado lo suficiente como para permitirse recuperar una de sus fiestas grandes. Cuatro furgones y una docena de agentes municipales rondan a La Violetera, más congelada que nunca en su bronce solitario. Ni concierto, ni verbena, ni nada que se le parezca. Algún que otro grupo de jóvenes juega al ratón y al gato con varios agentes que, linterna en mano, andan a la caza del botellón, el eterno recurso una vez que, con la medianoche, los bares echan la persiana.
“Os vamos a denunciar”, amenaza la uniformada moviendo el haz de luz. De inmediato, las botellas regresan a las bolsas y el grupo se dispersa dejando más solo en la penumbra al busto del pintor Ignacio Zuloaga. “O lo tiráis u os marcháis a casa”. Ni lo uno ni lo otro. Adrián, estudiante de Derecho de 22 años, ha venido unos días a Madrid de su año de Erasmus en Eslovaquia y no está dispuesto, junto a su grupo de amigos y amigas, a desperdiciar la noche. Sol, de 25 años y estudiante de Derecho y Políticas llegada desde Sevilla, no da con el corcho de la botella de vino blanco mientras deambulan bajo la atenta mirada de los policías.
Junto a Las Vistillas, Ras, de 62 años, recoge la terraza del Pandora, un local abierto hace 25 años que solía hacer sus mejores cajas en estas fiestas. Nada de eso ocurre desde que en 2019 se celebró el último San Isidro sin virus. A las once de la noche de este viernes vuelan los últimos clientes. Un abismo separa a esta noche de aquellas en las que desmontaba en interior del local para dejarlo solo de almacén y cientos de personas se agolpaban en las barras instaladas en la calle. “Esto es otro mundo”, lamenta en el silencio de una noche iluminada por el azul de las sirenas de los vehículos de la Policía Municipal. Un joven chulapo despistado junto a tres amigos se asoma antes de dar media vuelta al comprobar que no solo no hay ambiente, sino que el dispositivo les va a impedir compartir un trago en este Madrid dominado todavía por el santo virus.
Málaga: “Esto está a reventar”
“Esto está a reventar”, decía Javier Suárez, de 21 años, que junto a su grupo de amigos se arremolinaba a la entrada del bar La Guarida, en calle Beatas, en el corazón del casco histórico de Málaga. Muy cerca, en calle Granada, una quincena de chicas celebraba una despedida de soltera en El Pimpi, de donde salían bailando y dando palmas minutos antes de la medianoche. A esa hora, los camareros pasaban las cuentas de los clientes de sus terrazas para cerrar a tiempo. La única opción entonces eran la salas de fiesta, con licencia hasta las dos de la madrugada. En algunas de ellas, cómo Gallery Club, decenas de jóvenes —muchos extranjeros— se aglomeraban junto a la puerta. “Venimos de Marsella a divertirnos”, decía Alain Deshayes, de 20 años, mientras sus amigos bailaban sin mascarilla en plena calle camino del piso turístico “a seguir la fiesta”. “Nosotros no sabemos qué hacer ahora”, afirmaban María Ruiz junto a su grupo de amigos, sin destino para seguir la fiesta, recién cumplida la medianoche y sin ganas de acceder a salas como Bambú, con medio centenar de personas esperando para entrar. Ni rastro de los 1.112 agentes desplegados por el Ayuntamiento de Málaga para controlar los puntos más conflictivos de la noche, con Pedregalejo, Teatinos y el centro como principales focos hasta las cuatro de la mañana. La idea es evitar situaciones “que puedan generar inseguridad en el plano de la salud”, según el alcalde, Francisco de la Torre.
“Hay mucha gente y poca vigilancia”, afirmaba Alejandro Villén, secretario de las asociación de vecinos Centro Antiguo de Málaga. Su entidad se quejaba de que las terrazas de bares y restaurantes han duplicado su dimensiones a causa de la pandemia. “Con la excusa de la distancia social ahora tienen al doble de personas y de ruido”, señalaba Villén. Mientras, en el barrio de Pedregalejo, todos los bares y restaurantes se desalojaban tras una gran noche. “Todo en orden hasta el momento. Cuando aparecemos se ponen todos firmes”, concluía, cansado, un agente policial frente al bar Vox.
Barcelona: alcohol, altavoces de música y policía en el Born
Centenares de jóvenes esperaban la primera noche de viernes sin toque de queda en Barcelona. De hecho, lo esperaban ellos, pero también los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana. La policía local barcelonesa ya había trazado un mapa con los “puntos calientes” -los mismos que el pasado fin de semana, que a la vez eran los mismos donde se concentraban los botellones durante toque de queda- y varias patrullas se colocaron por la tarde en estos lugares para disuadir la presencia de jóvenes bebiendo alcohol en la vía pública. Los puntos eran plazas del distrito de Ciutat Vella, Gràcia, Sants y las playas.
El teniente de alcalde de Seguridad del Ayuntamiento de Barcelona, Albert Batlle, anunció ayer que se ha incrementado en un 30% la plantilla habitual de agentes de la policía local durante el horario nocturno de los fines de semana hasta que finalice mayo. Son en total 260 agentes, a los que se ha ordenado que practiquen la técnica de “saturación”. O, lo que es lo mismo, llegar antes que los que van a alargar la fiesta en las calles, y así disuadirles de que ocupen la vía pública antes de que se produzcan incidentes y sanciones. En esta primera noche de viernes desde que terminó el estado de alarma ha funcionado esa técnica en lugares como la plaza de los Àngels, la plaza Universitat o la plaza Terenci Moix. Donde no ha funcionado, básicamente porque es un lugar repleto de bares y donde se permite la apertura hasta las 23.00, es en el paseo del Born. Centenares de jóvenes se concentraban en esa calle y en la plaza Fossar de les Moreres con latas de cerveza, alcohol y altavoces de música. La mayoría eran turistas o residentes de origen extranjero —sobre todo francés e italiano— que estaban ansiosos de fiesta. Mientras los bares permanecieron abiertos, los agentes de la Guardia Urbana se paseaban por la calle obligando a los participantes en la fiesta a lanzar a los contenedores de la basura latas de cerveza —en Barcelona la ordenanza municipal prohíbe el consumo del alcohol en la vía pública— y recordando a los concentrados que debían colocarse correctamente la mascarilla. También ha habido sanciones pero, sobre todo, por desobediencia a la autoridad después de no hacer caso a las órdenes de los agentes.
Hecha la ley, hecha la trampa. Muchos de los concentrados en las calles bebían este viernes en vasos enormes de cartón de los que se utilizan para el café con leche.
Cuando el reloj ha marcado las 23.00, justo el horario en que los bares tienen que cerrar, las furgonetas de ambos cuerpos policiales han peinado la zona del Born, obligando a abandonar el lugar a los concentrados que iban por las calles intentando buscar otras zonas de vía pública donde seguir con los altavoces y el alcohol. Cuando las furgonetas policiales han actuado, se ha llegado a escuchar un “libertad”, que tanto ha popularizado la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
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