Este martes en la FIL Brenda Ríos (Acapulco, 47 años), Hombres de verdad, un texto editado por Turner donde se analiza aquella literatura desde un punto de vista de género: cómo eran los protagonistas de aquellos títulos tan exitosos y qué papel se reservaba a la mujer: mirar las mariposas amarillas y poco más. “Dóciles, suaves, calladas, enfermizas, como estatuas de marfil. Ya lo decía Rosario Castellanos en Mujer que sabe latín: los hombres aman ver a la mujer acostada sobre el diván, prefieren idealizarla y, de preferencia, que no se levante del diván”.
Hombres de verdad es un repaso por grandes títulos de la literatura latinoamericana, pero también de otros continentes, que deja ganas de salir corriendo a la librería a comprar, aunque solo sea para comprobar esos estereotipos que critica o su contrapartida. Cita el caso de la brasileña Lispector, en quien quiere ver una venganza por su personaje protagonista masculino, el único, Martín de Cómo se hace un hombre, que titubea, que no puede estructurar un pensamiento, cuando habla le sale lo opuesto”. Sin embargo, las mujeres del boom, dirá Ríos, “pagaron el precio”: “Era eso o la invisibilidad, la industria premiaba al hombre escritor, no a la escritora, como en la película La buena esposa, que protagoniza Glenn Close, casada con un premio nobel. “Hablaban de amor, matrimonio e hijos. Laura Restrepo tiene una novela maravillosa, pero para hablar del narco como problema social, político y económico lo tienen que vincular a una cuestión amorosa”.
¿Puede acusarse a la literatura de perpetuar códigos machistas, violentos o se limita a reflejar lo que pasa?
“Es difícil, le pedimos mucho a los libros. Yo no creo que la literatura sea culpable, pero la industria editorial se vuelve repetitiva al alimentar ciertos discursos. Llevamos 20 años con la literatura del narco, ¿ha cambiado algo eso el medio, hemos logrado mejores políticas? ¿Qué ha hecho la literatura del narco por la sociedad? Es como los del boom, amaban al dictador, ahora amamos al sujeto que logra una buena vida económica gracias a la delincuencia organizada. Reproducen la vida, sí, pero también idolatran, es como una fascinación literaria”.
Ríos, con todo su poder de crítica y de protesta, se dice lejos del activismo, que no va con ella. ¿Acaso escribir no es una forma de activismo? “Puede ser, pero ¿de qué? De un medio que va en declive. La escritura más que un activismo es una terquedad absurda, te quita tiempo, no produces, no te da dinero, ni prestigio, ni lectores, qué chingados hacemos aquí”, se ríe con la resignación del poeta, que sabe lo que el mundo valora la poesía, pero que nadie compra ni lee. “Es verdad, en México los poetas nos regalamos los libros unos a otros como tarjetas de presentación. Cuando hay malos poetas es que estamos en crisis, y cuando hay buenos poetas, también. En México tenemos una poesía muy complaciente, nos encanta abrazarnos y decirnos qué hermosos somos. Y no es verdad”.
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