En 2016, durante una estancia en Madrid para ser tratado de una enfermedad, el padre jesuita Camille Manyenan asistió a un campeonato de gimnasia artística femenina. Inmediatamente comprendió que era la herramienta que buscaba para empoderar a las niñas chadianas desde su puesto como director del colegio San Francisco Javier, en Toukra, situado a 30 kilómetros de la capital de Chad. Necesitaba cambiar mentalidades y enseñar a las niñas que, por serlo, eran capaces de hacer cosas que ni siquiera se habían imaginado.
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Chad es uno de los países más pobres de África. Allí, la mujer está muy por debajo del hombre en la escala social, las adolescentes son frecuentemente sometidas a matrimonios forzosos y la ablación continúa arraigada en la cultura de muchas familias. Un tercio de las niñas se casa antes de cumplir 19 años. Casi la mitad de las mujeres están enlazada con un hombre que les sobrepasa la edad en diez o más años. La mitad de las menores de 14 años no están escolarizadas y entre los niños la cifra desciende al 36%. Al llegar a la mayoría de edad, solo un tercio de las chicas escolarizadas continúa sus estudios.
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En pocos minutos, Manyenan y la organizadora del evento, Sylvia García, junto con Ramón Grosso, el presidente de la Fundación Ramón Grosso, se propusieron llevar la gimnasia a Chad. La entidad capitaneó el proyecto que se inició en un aula reconvertida en gimnasio y posteriormente, en 2018, continuó en una humilde instalación deportiva que lograron construir gracias a la solidaridad de donantes e instituciones como el Club Gimnastica Salerno de Italia. Sylvia García, la directora del programa, hizo pruebas a cientos de niñas, trajo a algunas de ellas a España durante los veranos para entrenarse con los aparatos de los que no disponían en Chad. Una de ellas, Regina, sería luego la entrenadora en Chad.
Las clases de gimnasia pronto se convirtieron en un acontecimiento. Se llenaron rápidamente y hubo que elegir entre las chicas más comprometidas. García viajaba a Chad para verlas y asistir a sus progresos. “En mi siguiente viaje a Chad, encontré un escenario totalmente diferente: un grupo de gimnastas con un método. Tenían un entrenamiento reglado con una estructura propia de gimnasia, venían de forma regular a preparase…”. A partir de ahí, fueron seleccionadas las cinco atletas con las mejores cualidades. Desde entonces, salvando las iniciales reticencias de algunos de sus padres, los siguientes veranos viajaron a entrenar con el Club de Gimnasia Artística Pozuelo. Ángela Domínguez sería la entrenadora del proyecto.
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El siguiente paso era traerlas a vivir a España, darles las mismas oportunidades que a una niña europea, tanto en su educación como en su preparación deportiva. Demostrar que todos, en igualdad de oportunidades pueden lograr los más altos objetivos. Ahora necesitaban un altavoz que trasmitiera el mensaje y ayudase al cambio del papel de la mujer en la sociedad chadiana. García, Gresso y Manyenan se propusieron que una de las niñas acudiera a los Juegos Olímpicos en representación de su país. La meta: París 2024.
“Las seis semanas de entrenamiento en verano en España no eran suficientes para acudir a unos Juegos Olímpicos, teníamos que traerlas a entrenar durante todo el curso escolar”, comenta Sylvia.
Durante los cuatro años que restaban para la cita olímpica, las niñas pasarían el periodo escolar en España formándose en el colegio de los Escolapios de Pozuelo y entrenando en seis sesiones de cuatro horas de lunes a sábado. Viajarían a Chad junto a sus familias en los periodos de vacaciones.